El análisis de la ropa interior de Asunta Basterra, la niña asesinada presuntamente por sus padres el pasado mes de septiembre cerca de Santiago de Compostela, ha hallado restos de ADN de su padre adoptivo, Alfonso Basterra. Los laboratorios de Madrid que realizaron el informe descartan que se trate de semen, pero el hecho de que se hallasen estos restos es lo que movió la semana pasada al fiscal a negarse a poner en libertad al progenitor de la pequeña, al considerar que debe profundizarse la investigación en ese aspecto concreto.

Aunque por el momento no sea un dato que le incrimine de manera más profunda en el asesinato, la presencia de ADN del padre de Asunta en las bragas de ésta denotaría un posible contacto con esa prenda el día del crimen.

Las células sólo pueden haber quedado en la prenda por contacto. La presencia de ese rastro podría ser, por otro lado, accidental y perfectamente explicable, dado que era Basterra quien cuidaba habitualmente de la niña.

En cualquier caso, este detalle añade aún más oscuridad al caso e introduce la sospecha de que el padre pudo tener una intervención de mayor importancia a la que le atribuye el juez Vázquez Taín, quien en principio considera que Basterra fue el que proporcionó los tranquilizantes a la niña mezclados con unas albóndigas.

Alfonso Basterra compró un total de 125 pastillas de Orfidal -con el que fue sedada la niña- entre el 5 de julio y el 16 de septiembre. La primera adquisición, según revela el sumario del caso, la realizó el 5 de julio, cuando obtuvo una caja con 50 pastillas del ansiolítico. Doce días después adquirió 25 y el 16 de septiembre, 50. Basterra también se hizo en los meses anteriores al crimen con 50 pastillas de Prozac, con lo que fueron 175 los comprimidos que compró.

La primera fecha de compra de las pastillas fue el 5 de julio, pero Rosario Porto, diagnosticada de depresión aguda, no comenzó a medicarse (tenía prescrita pastilla y media diaria de Orfidal) hasta el 30 de mismo mes. El 16 de septiembre, cinco días antes del crimen, Alfonso Basterra acudió al psiquiatra para solicitar la última partida de comprimidos. En ese momento indicó al médico que le parecía que su mujer sufría un trastorno bipolar.

Ayer también se supo que un médico del centro de salud de la familia indicó al juez que Alfonso Basterra había acudido hace dos años a su consulta para solicitar un tratamiento para la depresión.

El juez instructor de la causa, José Antonio Vázquez Taín, sostiene en el auto en el que decretó el levantamiento del secreto de sumario que Alfonso Basterra suministró a su hija una «dosis tóxica de Orfidal» el día de su muerte, «al igual que había efectuado en episodios anteriores». El juez, además, concluyó que los padres de la pequeña se aliaron para matarla y descartó la implicación de terceras personas, una sospecha que le hizo interrogar a personas cercanas, incluso sentimentalmente, a Rosario Porto.

Rosario Porto, que está asistida por el letrado José Luis Gutiérrez Aranguren, insistió el jueves en su inocencia durante las más de tres horas que declaró ante Taín. La madre de la víctima aseveró que nunca vio a su hija en «mal estado». La profesora y la directora de la escuela de música a la que acudía la pequeña, sin embargo, aseguraron que en una ocasión «balbuceaba y hablaba muy despacio».

El abogado Gutiérrez Aranguren desveló ayer que investigará si la pequeña se automedicó. Los informes toxicológicos revelaron que la niña, que fue hallada muerta en una pista de Teo durante la madrugada del 21 al 22 de septiembre, ingirió ansiolíticos al menos durante tres meses antes de su fallecimiento. Aranguren sostiene que algunos centros especializados en menores que, al igual que Asunta, tienen «altas capacidades intelectuales» contactaron con él para advertirle de que no es extraño que tengan tendencia a automedicarse.

Rosario afirmó, durante su última declaración ante el juez, que no guardaba las pastillas de Orfidal que le recetaban bajo llave. La madre de la víctima insistió en que nunca percibió «nada» extraño en su hija y recalcó que era «una niña muy responsable», por lo que nunca imaginó que pudiese cogerlas. La imputada testificó que Alfonso era «un buen padre» y confirmó que acudía a la farmacia a comprarle la medicación.