Si no se medica, volverán las voces, las alucinaciones, caerá de nuevo en la psicosis paranoide que sufre desde la adolescencia. Es la impresión de Julio Bobes, uno de los psiquiatras que examinó a Tomás Rodríguez Villar, Tomasín, el homicida de La Llaneza, con motivo del juicio celebrado hace ya tres años y medio por la muerte de su hermano Manuel. En prisión, Tomasín estuvo medicado, en un medio controlado, lo que hizo que remitiese la enfermedad y mejorase su sociabilidad. Ya no estaba tan encerrado en sí mismo y se relacionaba normalmente. La gran duda es qué ocurrirá ahora, si será capaz por sí mismo de mantener a raya la enfermedad, si no sucumbirá de nuevo al aislamiento.

Las perspectivas no son buenas. Lo primero que hizo Tomasín nada más salir de la cárcel fue perderse de nuevo en el monte. Estaba harto, decía, de estar rodeado de gente -y ello a pesar de que aseguró que en prisión le habían tratado bien y le habían dejado trabajar en un huerto-, de esos "humanos" que le provocaban rechazo por su maldad y vaguería. La sola referencia a los "humanos" como una entidad de la que se excluye a sí mismo habla a las claras del esquema delirante que dominaba su mente, en la que nadie ha logrado penetrar de forma satisfactoria.

A pesar de lo que afirman los psiquiatras, de que se trata de un enfermo mental grave, también es verdad que desde el punto de vista psicológico su perfil responde al de un individuo que ha sucumbido a la psicopatología del aislamiento social voluntario, que pese al nombre, suele tener poco de buscado por la propia persona y sí producido por las propias fallas de la personalidad y la presión social.

El apartamiento voluntario del mundo es un fenómeno que se ha estudiado mucho en los últimos años, a raíz de los llamados "hikikoren", los jóvenes japoneses que eran incapaces de salir de su habitación durante años. Tiene que ver con periodos de ansiedad prolongados, acompañados de frustración e incapacidad de afrontar los problemas, incluso los más nimios.

Un comienzo para esta psicopatología podría ser la excesiva timidez, uno de los rasgos que definen la personalidad de Tomasín desde su infancia, según quienes le conocen. Se sentía de alguna forma inferior a otros chicos, quizá por el hecho de vivir donde vivía, un pueblo muy aislado, en el seno de una familia muy humilde. Era incapaz de expresar lo que llevaba dentro, y eso a su vez generaba el rechazo de los demás, profundizando el aislamiento. De adolescente descubrió el alcohol, que lejos de ayudarle a socializar, le hacía objeto de las burlas y de la violencia de otros chicos. Solo buscaba una aceptación que nunca llegó.

Los psicólogos hablan de "estresores", hechos impactantes que explican una posterior deriva hacia el aislamiento. No ha trascendido qué hecho -o hechos- pudo llevarle a arrojar la toalla en la búsqueda de una vida social normal. Una vez en esa espiral, si el aislamiento es prolongado, la salud mental se resiente. Se pierden dotes sociales y se deterioran los procesos mentales y el manejo del lenguaje. Los solitarios extremos, como Tomasín, aparentan estar muy tranquilos. Sus emociones son de baja intensidad hasta el punto de sentirse fuera de la realidad, en un limbo en el que sus actos no tienen consecuencias.

En el caso de Tomasín, terminó encontrando en la naturaleza en torno a la peña de Buscábrio la calidez y el amparo que el trato social debería haberle brindado. Una naturaleza que corrió a buscar nada más pisar la calle, como quien ansía reencontrarse con un ser amado.