La columna del lector

En un pueblo perdido

Algunos habíamos depositado expectativas en alguna de las nuevas formaciones políticas. Yo las hubiera depositado en una manada de babuinos también, cualquier cosa que no fuera lo de siempre: esa terna que nos ha traído hasta aquí y de la que algunos ya poco podemos esperar si no es más de sus raciones de servilismo, corrupción, ineficacia, inercia ciega y conservadurismo atroz, y esto va también, aclaro, por los periféricos, los de la rosa, los sindicatos...

Se diría que muchos percibíamos lo que había, no como parte de la solución, sino como parte esencial del problema. Y llegaron los otros.

Se ve que una compleja estructura política se ha de convertir invariablemente en un mostrenco, un aparato gigante con pies de barro que consume gran parte de sus recursos en sostenerse en pie y nada más. Es cierto que algunos lo hacen con dinero procedente del delito y otros, de momento, no tanto. Las anécdotas a veces son excepciones a la norma, pero otras veces sucede que definen con precisión lo que hay.

Recientemente, en una localidad los partidos Podemos y PP han colaborado para derribar a la alcaldesa reinante. Nada nuevo bajo el sol salvo las hablillas que podría provocar tan singular arreglo. La noticia se cruzó con otra de mayor enjundia informativa que se alimentaba de las trifulcas internas de Podemos. En éstas estábamos cuando en una entrevista en rabioso directo a uno de una de las corrientes, o subcorrientes, internas se le pidió opinión por el tema de esa pinza con la derecha rancia y enemiga. Entonces el individuo hizo un breve paréntesis en su monólogo para decir que lo que ocurriera en un pueblo perdido no era importante, como sí que lo era... y continuó con su perorata de varios minutos, bla, bla, bla.... En ese instante yo me di cuenta de que le tocaría pedir perdón, y así lo hizo al día siguiente. Pero esas disculpas son lo de menos, una disculpa no es más que una suma de sintagmas que forman una oración. Algo que se puede entender pero que al tiempo puede estar vacío de significado. Además, el sujeto, en esas disculpas con la boca pequeña, dijo algo así como que era un urbanita ignorante, lo que le delata en su impostura: si me cago en la madre de la tripulación de un submarino no me disculpa mi desconocimiento en asuntos náuticos.

Lo que le importa a este tipo, eso es lo triste, es lo de las corrientes internas, el voto delegado, la mesa de negociación, el control de los acuerdos, la configuración estratégica y adscripción territorial... o algo así. Es decir, una castaña pilonga, un rollo patatero que a la mayor parte de los ciudadanos, esos mismos que se arrogan el sacrificio de representar, nos importa un bledo. Es decir, lo mismo que a él y otros la localización de esos pueblos perdidos carentes de importancia.

A eso se le ha llamado de toda la vida mirarse el ombligo. Qué desilusión.

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