El 12 de diciembre de 1794, festividad de Nuestra Señora de Guadalupe, el fraile dominico José Servando de Mier pronunciaba en la Nueva España (el virreinato, no el diario) un célebre discurso ante las autoridades locales en el que menospreciaba el papel evangelizador del Imperio español en América, pues, según el joven clérigo criollo, aquel continente ya había sido cristianizado por el apóstol Santo Tomás mil quinientos años antes. El 20 de febrero de 2018 el sacerdote Francisco Javier Fernández Conde publica en LA NUEVA ESPAÑA (el diario, no el virreinato) un extenso artículo de opinión -a modo de sermón guadalupano esta vez en defensa de la oficialidad de la llamada "llingua"- en el que menosprecia la españolidad de los asturianos, como si fuésemos portadores de una esencia cultural megárica preexistente que sólo es expresable en lengua vernácula.

Si para fray Servando la Virgen de Guadalupe no estaba pintada "sobre la tilma de Juan Diego, sino sobre la capa de Santo Tomás, apóstol de este reino", para el padre Fernández Conde, la imagen de Asturias no se proyecta sobre la camisa blanca de España, sino sobre el lienzo azul y estrellado de la Europa sublime. Esto es poner el carro delante de los bueyes e ignorar que son los estados los que hacen a los pueblos, y no al revés. Tan fantasiosa es la historia del viaje del apóstol a la América precolombina, como creer en una Asturias previa a España.

Hace Conde referencia a los mitos, pero no ve el carácter mitológico de las ideas de "Cultura" y de "Pueblo", que maneja con fe identitaria. Aunque no mencione sus nombres, el escrito de Conde delata además la influencia de Herder y de Fichte, con su idea de la lengua vernácula como depositaria insustituible del carácter más íntimo, puro y sagrado de un pueblo. Pero transitar por las nieblas germánicas tras las huellas de un Herder o un Fichte nos pone a las puertas de los capítulos más oscuros de la historia europea. En vano intenta tranquilizarnos con la promesa de una "oficialidad amable" y sin obligaciones colaterales. ¡Pobre España, con tanto nostálgico de la tribu!