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Don Juan Tenorio versus Halloween

Reivindicación de un clásico español

Durante mucho tiempo, en la tradicional noche de ánimas, la que va del día de Todos los Santos al de Todos los Fieles Difuntos, en España se escenificaba en muchas ciudades grandes y pueblos pequeños el "Don Juan Tenorio" de Zorrilla, que es mucho más que el nombre del campo de balompié del Valladolid. El público vibraba de pasión y emoción religiosa al seguir las osadías soberbias y mujeriegas del calavera más insigne, quien gracias al amor imposible de una novicia seducida, logra la salvación. Hoy se sigue representado el Tenorio fuera del tiempo propicio y privado, ¡cómo no!, de toda dimensión religiosa, con lo que se transforma en un pelele descafeinado y laicista, todo machista, alienado y esperpéntico. Tirso de Molina, el inventor literario de "El Burlador de Sevilla", lo condena no por su arrogancia soberbia, sino por desconfiar de la Misericordia Divina.

El Romanticismo vio al mito de los mitos, Don Juan, de quien Marañón afirmó que era todo, menos galán de singular bello y apolíneo; una figura más propia de los cementerios que de los palacios y mansiones. Don Juan se mueve en el cementerio como pez en el agua y, en su afán profanador, no sólo no respeta los sagrados recintos de los conventos, sino que celebra una sepulcral cena con sus convidados de piedra, que atónitos se asombran de tanta audacia sacrílega. A pesar de todo, Zorilla salva a Don Juan gracias a Doña Inés, un ángel de amor, que le hace proclamar arrepentido y humilde: "Mas es justo y notorio/ que, pues me abre el purgatorio, un punto de penitencia/ es el Dios de la clemencia, el Dios de Don Juan Tenorio".

Frente a los extraños y cadavéricos engendros anglosajones que, entre nosotros, algunos quieren imponer a sangre y miedo, es necesario defender nuestra más universal aportación literaria, superior a otras celebridades extranjeras, como pueden ser "Hamlet" o "Fausto". Don Juan es un mito perenne por la universalidad de sus pasiones. No importa que la postmodernidad alienada y alienante, sin relatos totalizadores y cerrados en su endiosamiento relativista, quiera reducirlo a un pelele sin más ambición que un machista crápula, algo que nada tiene que ver con el Don Juan de Tirso de Molina, ni con el de José Zorrilla.

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