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El Papa y la Cumbre de París

Análisis sobre las conclusiones del encuentro mundial contra el cambio climático

En la recién clausurada -con un día de retraso, el 12, por la dificultad de pactar unos acuerdos sobre mínimos-, la cumbre de París sobre el Medio Ambiente y el Cambio, sus protagonistas han desplegado un interés informativo por sus conclusiones sorprendentes: para unos positivas y para otros muy poco halagüeñas, por su resultados a corto plazo. Para los más optimistas, los políticos, a la cabeza de los cuales se ha puesto la canciller alemana Angela Merkel, para quienes el haberse reunido representantes de 195 estados; haber reconocido explícitamente que hay un problema en el deterioro del medio ambiente por el imparable calentamiento de la atmósfera debido a los gases que producen el conocido como efecto invernadero; y asumir el reto de hacer el tránsito a otro modelo económico, les parece un éxito considerable. Los empresarios celebran que no se haya tomado ningún acuerdo que cuestione su modelo de negocio basado en el carbón y en el petróleo y puesto bajo sospecha por los efectos sobre el clima. No han faltado quienes hayan alabado la postura del Papa Francisco ante lo que él afirma sobre el daño que provocamos a la hermana Tierra a causa de uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella. Además, hemos crecido pensando que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados a expoliarla.

El Papa es muy explícito en denunciar las causas por las que no se toman las medidas necesarias y urgentes para no acabar con el deterioro climático de forma urgente, como se ha reconocido en la cumbre de París, tomado medidas oportunas. Así, afirma que la tecnología basada en los combustible fósiles (carbón, petróleo y en menor medida el gas) necesita ser reemplazada progresivamente y sin demora. Mientras no haya un amplio desarrollo de energías renovables, que deberían de estar ya en marcha, es legítimo optar, por lo menos, a soluciones transitorias. Lo que estuvo en peligro de hacer naufragar la conferencia de París, ya lo expresó el Papa, cuando afirmó: que en la Comunidad internacional debería de lograrse acuerdos suficientes sobre la responsabilidad de quienes deben soportar los costes de la transición de un modelo energético, lógicamente los países que más contaminan.

El Papa reconoce con sinceridad que la Iglesia, en contra de los que la atacan por sectarismo y fobia anticatólica, no tiene por qué proponer una palabra definitiva sobre cuestiones concreta como es la lucha contra la destrucción del medio ambiente, pero entiende que debe escuchar y promover el debate honesto entre científicos respetando la diversidad de opiniones.

Las medidas tomadas en París, en las que ha jugado un papel destacado el Comisario Español Miguel Arias Cañete, ha afirmado: el acuerdo es una gran victoria para Europa. Aunque es, también de mayor importancia para la comunidad internacional, por cuando se quiere lograr que el aumento de la temperatura media a finales de siglo se quede entre 1,5 y 2 grados en relación los niveles preindustriales. Se establece que todos los países deberán alcanzar un techo de emisiones de gases de efecto invernadero, "lo antes posible". Se pretende que en la segunda mitad de este siglo se deberá llegar a un "equilibrio" entre las emisiones y la capacidad de absorber esos gases, principalmente el dióxido de carbono. Dado que los compromisos actuales son insuficientes, el acuerdo establece que las contribuciones se revisarán cada cinco años al alza. Hay aspectos del acuerdo tomado que son preocupantes, porque aunque son vinculantes, no será legalmente vinculante el objetivo de reducción de emisiones de cada país. Para que el texto del acuerdo entre en vigor tiene que ser rectificado por países que simbolice el 55% de las emisiones globales, China, Rusia, Indias y Estados Unidos. En este sentido, afirma el Papa: el calentamiento originado por el enorme consumo de algunos países ricos tiene repercusiones en los lugares más pobres de la Tierra, especialmente en África, donde el aumento de la temperatura, unido a la sequía hace estragos en el rendimiento de los cultivos. No faltan voces críticas, como los que afirman, que el objetivo de los dos grados es una decisión política apoyada por la ciencia, pero ninguna evaluación científica ha defendido o recomendado una cifra particular.

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