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Vita brevis

Por fin ya somos europeos

Sobre cómo ha evolucionado España tras la muerte de Francisco Franco

Se dice que Franco dijo que lo dejó todo atado y bien atado. La verdad es que debía tenerlo todo bastante controlado, porque lo cierto es que nadie le echó, que murió en la cama. Enfermedad de Parkinson, cardiopatía, úlcera digestiva aguda y recurrente con hemorragias abundantes y repetidas, peritonitis bacteriana, insuficiencia renal aguda, tromboflebitis, bronco-neumonía, choque endotóxico y parada cardíaca. Así rezaba el parte médico final. Ni una sola palabra de que los antifranquistas hubieran hecho absolutamente nada para acabar con él.

Hubo y aún hay quien cree que Franco dejó atado su legado al haber designado como heredero a Juan Carlos de Borbón, en virtud de la Ley de Sucesión de 1947, ratificada por las Cortes en 1969, ante las que juró guardar y hacer guardar las Leyes Fundamentales del Reino y los principios del Movimiento Nacional. Vaya cosa, porque el mismo juramento hicieron todos y cada uno de los que, por aquellos tiempos, accedieron a la función pública, a la judicatura, a la abogacía y a cualquier otro puesto, cargo o empleo que tuviera algo que ver con el cocido de comer, como mismamente la señora Manuela Carmena, actual alcaldesa de Madrid, y el que esto suscribe, servidor de ustedes.

¡Quiá! Don Juan Carlos no fue el verdadero sucesor de Franco, que tan pronto como pudo traicionó esos ideales, facilitando la Transición y haciéndose un rey tan equivalente en la cosa de la democracia como pueden serlo los de los por muchos papanatas admirados países nórdicos, como Noruega, Suecia, Dinamarca, Holanda y Bélgica. Inglaterra es caso aparte porque, siendo así también, mantiene el boato medieval que tantísimos réditos turísticos le reporta.

No obstante, es cierto que Franco lo dejó todo atado y bien atado. Pero la atadura no fue a través del heredero monárquico de su régimen, sino por la comedura de coco del personal. La madre del cordero está en el caudillaje que él impuso. Con la Transición se modificó el sistema de designación, pero todo el mundo quiso seguir teniendo un caudillo. Primero fue Suárez; luego, González; después, Aznar; más tarde, Zapatero, y por último, Rajoy. Todos ellos fueron elegidos jefes supremos y padres de la patria por mayorías absolutas o casi y por tiempos prolongados. Mas, ¡ay! que llegaron los cachorros y mandaron a parar.

España entró en la OTAN -aunque de entrada, no; ¿se acuerdan?-, en la Comunidad Europea y en el euro, junto con países que llevaban tiempo en el asunto. Decíamos que ya éramos europeos tras la firma de esos acuerdos y los millones que nos llovieron con ellos. Pero no nos dábamos cuenta de que aún nos quedaba desprendernos de lo que en otros tiempos se llamó el franquismo sociológico, que es lo mismo que decir de la necesidad de tener un caudillo que nos gobierne. Nuestros hijos y, sobre todo, nuestros nietos nos mostraron el camino. Se acabaron los caudillos y sus mayorías absolutas, y nos pusimos a votar de forma plural, cada cual a quien le dio la gana, como hace tantísimos años que ocurre en esos países de Europa que tanto admiramos.

Con el resultado de las últimas elecciones, podemos decir que verdaderamente Franco ha muerto y que ya, por fin, somos europeos. Nadie tiene mayoría absoluta ni se le acerca; ya no hay caudillos. Ahora estamos como el resto de los europeos, en cuyos países nunca hubo mayorías absolutas. El problema es que de eso todavía no se han enterado algunos de nuestros políticos. Quieren gobernar como si les hubiera respaldado la inmensa mayoría, cuando el que más sólo cuenta con cuarto y mitad del personal. Los españoles ya somos totalmente europeos. Nuestros políticos, parece que aún no.

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