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"El tercer ojo"

La necesidad de un mundo más justo

En mi época maravillosa de adolescente leí con fruición y sumo interés una novela extraordinaria que vendió millones de ejemplares, dando la vuelta al mundo, causando un impacto editorial como pocas veces se recuerda. "El tercer ojo", de Lobsang Rampa, fue publicado en 1956. En sus páginas no sólo narraba las epopeyas y vicisitudes de su infancia, un lama tibetano educado como médico en el monasterio de Ckakpori. Lo que causó impacto y evidente interés a nivel mundial fue la descripción minuciosa y exacta que realizó de una operación quirúrgica a la que fue sometido en su frente para darle el poder de la visión del aura y otras facultades paranormales.

Dado el revuelo y escándalo alcanzado, al final se descubrió que su verdadero nombre era Cyril Henry Hoskin, siendo sólo un apasionado lector voraz de obras de ocultismo y filosofía oriental. El millonario escritor, de prosa fácil y pegadiza, había nacido en Gran Bretaña y nunca había pisado el Tíbet. Muchas personas, a raíz de ese texto increíble y deslumbrante, con la sola idea de despertar y exhibir ostentosamente sus poderes mentales, intentaron hacer la operación narrada en la novela. Al final, Lobsang reconoció que, en el fondo, era un occidental en quien se había reencarnado el espíritu de un lama tibetano. Sin embargo, los conocimientos mostrados en ese libro y en los 19 restantes que escribió son más que notables.

Desde tiempos inmemoriales, el ser humano ha pretendido superarse a sí mismo por vía psíquica y mental. Miles y miles de maestros espirituales se retiran a las sagradas montañas para despertar la kundalini, entonando mantras y ejercitando otras técnicas especiales para lograr el desarrollo activo de sus facultades latentes. Lo que necesita el hombre de nuestros días no es el desarrollo incontrolado de sus poderes supramentales, sino el incremento de la paz interior y la ascensión hacia la gloria de su espíritu divino.

El mundo en que vivimos está lleno de estrés, enfermedades crónicas, suicidios innumerables, ambiciones hueras, asaltos a la razón: se vive una gran falta de amor y felicidad. Los que mandan enseñan que para ser dichoso sólo se necesita carecer de principios morales y valores permanentes; en el fondo, están creando las condiciones idóneas para un gobierno hegemónico a escala mundial donde todas las personas sean idénticas, estén homologadas por el mismo patrón y carezcan de nobles objetivos y aspiraciones elevadas.

La muerte a plazos de la inteligencia creativa es uno de los mayores retos de los que están tras las grandes decisiones políticas y económicas: un mundo igual impide una inteligencia sin igual. Cuando nos demos cuenta del terrible imperio del mal que está en juego acaso sea demasiado tarde para derrotarle. Es necesario ejercitar el espíritu para que la mente permanezca en calma; sólo así se cultivan los dones prodigiosos que nuestros primeros ancestros gozaron en el paraíso perdido y que muchos "sabios" desprecian o ignoran.

Si desdeñamos los valores eternos nos convertimos, por arte de magia, en pedazos de cartón inservibles. Los enemigos de Dios, los discípulos de las tinieblas, los amigos interesados de sojuzgar la cultura superior no quieren la inocencia, condenan la castidad, repudian las buenas formas, son contrarios al cultivo de las virtudes, el respeto incondicional, la educación esmerada y todas esas cosas sagradas que permitieron el auge de la civilización cristiana occidental.

En el fondo, existe una marcada conspiración a escala planetaria para que la libertad sea una aceptación ciega de los dictados imperantes y que la persona, si quiere sobrevivir dé gracias por ello a los que lo hacen posible. Es necesario que todos los amantes de la dignidad se unan para evitar que esto suceda. Si permitimos que nadie haga nada, que se establezcan normas contrarias a la razón y que los derechos humanos y la santa libertad que tanto esfuerzo, sangre y sacrificio han costado a la humanidad queden relegados al ostracismo, las posibilidades del Apocalipsis final inmediato están servidas.

Sin Dios y los principios inmutables no vamos a ninguna parte. ¡Qué grandes somos cuando nos hacemos sensibles, tiernos y compasivos! ¡Qué gran destino nos aguarda cuando en lugar de despreciar cuanto se ignora emulamos las gestas de hazañas pasadas y respetamos la memoria de nuestros ilustres predecesores! ¡Qué magno porvenir nos espera cuando amamos a nuestros seres queridos, estamos dispuestos a morir por ellos, respetamos toda forma concebida de vida y nos mostramos, con valentía y ardor, contrarios a cualquier forma explotadora de la dignidad humana individual!

Sí, el tercer ojo existe, los poderes superiores de la mente también, se pueden desarrollar hasta extremos inconcebibles, somos dioses en carne humana, pero sin una calma tocada por la gracia de la oración y la asidua meditación misericordiosa esas fuerzas psíquicas descontroladas sólo servirán para ponerlas al servicio del falso ocultismo y la peligrosa superstición espiritual.

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