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La bruja Peladilla

La dueña de la "Mansión de los cuentos" comprende la importancia de la amistad con sus inseparables Zuzú y Castaña

Hoy quiero hablaros de la dueña de la "Mansión de los cuentos", la brujita Peladilla.

Noviembre es el mes preferido de nuestra amiga. Es pequeña, traviesa y juguetona. Su pelo es ondulado, lo que le da un aspecto más travieso aún. Tiene dos mejores amigos: su gatito Zuzú y su araña Castaña. Son inseparables.

Siempre viste con un traje morado y un sombrero picudo.

¿Que de quién estoy hablando os preguntáis?. Vale, lo habéis adivinado, hablo de la Brujita Peladilla. Si, si, lo habéis leído bien, es una bruja, pero no os asustéis, es muy buena.

Sus padres y abuelos son famosos brujos, conocidísimos por sus artes elaborando complicados hechizos. Aparecen en todos los libros de brujería, son respetados e importantes.

La brujita Peladilla quisiera ser tan famosa y célebre como su familia, pero no puede. Tiene un problemilla a la hora de hacer pócimas mágicas y hechizos. Repasa mil veces las instrucciones del libro, separa, para posteriormente echar en el caldero, los ingredientes que se indican, revuelve las pociones y dice las palabras mágicas, o se las deja decir a sus amigos. Pero lo cierto es que nunca funcionan. Si quiere convertir un lápiz en regaliz, en lugar de esto lo transforma en un gusano. Si pretende transformar el libro de mates en un precioso cuento, éste se transforma en el libro aburrido de Conocimiento del Medio. Por no hablar del día que quiso hacer un traje elegante para la fiesta de cumpleaños de su gatito Zuzú... Lo que consiguió fue dejarlo únicamente vestido con unos calzoncillos rosa justo en el momento de entrada de los invitados... Imaginaos la cara y las carcajadas de los allí presentes. Todos se reían menos, evidentemente, Zuzú y Peladilla.

Cada vez que nuestra amiga intentaba hacer cualquier tipo de hechizos, sus nobles compañeros se echaban las manos a la cabeza y se escondían tan rápido como podían. Pero esto no echaba atrás a Peladilla, pues no cesaría en su empeño hasta saber la causa de sus problemas con la brujería. Ella también quería ser tan famosa como su familia, e imaginaba los titulares de la prensa : "Peladilla, la bruja de moda". "Peladilla la mejor de las brujas ". Pero, ¡ay mis queridos amigos! , ¿queréis saber lo que realmente ocurría? Pues yo os lo contaré:

Peladilla echaba en el caldero los ingredientes que indicaba el libro, los cuales eran de lo más variados según cada poción. Podían ser bigotes de rata, plumas de periquitos, pis de pescado... Nuestra amiga escogía los ingredientes correctos y se los pasaba a sus ayudantes. Zuzú era el encargado de pesar la cantidad exacta y Castaña debía decir las palabras mágicas que previamente habían ensayado. Peladilla salía a tomar el aire, o a coger flores frescas mientras sus amigos completaban su tarea y respetaban el tiempo de reposo de la pócima. Les encantaba ayudar a su amiga, se divertían mucho, demasiado yo diría...

Lo que nunca sabría la joven bruja es que sus ayudantes, sin ser conscientes de ello, alteraban las pociones que con tanta dedicación ella trataba de crear.

Zuzú cogía los ingredientes, los olfateaba y mordía, sobre todo las plumas de periquitos. En una ocasión tuvo que echar en el caldero tres onzas de chocolate de arco iris, pero no lo hizo. Se las comió. Otro día el pis de pescado no le gustaba y decidió derramarlo en el cubo de basura. Castaña por su parte nunca recordaba las palabras mágicas por muy sencillas que fuesen, con lo cual decía lo primero que se le pasaba por la cabeza: ¿Cómo era? ¿Piti-pitá-pitipúm? ¿O era tuturutúm? Entonces con voz misteriosa recitaba las palabras que ella creía, siempre erróneas. Este protocolo se repetía a diario. Eran sus fieles amigos los que cambiaban las pociones, sin quererlo, pues les encantaba ayudar y se sentían muy orgullosos colaborando y por ello Peladilla nunca triunfaba. Pero en esta ocasión nuestra amiga la brujita volvió a casa antes de lo previsto. Sus amigos reían y cantaban mientras terminaban de preparar las pociones. No se habían enterado de que su amiga estaba ya en casa. Peladilla vio cómo Zuzú derramaba y tiraba los ingredientes y cómo Castaña mencionaba las palabras mágicas totalmente equivocadas.

La pequeña bruja se enfadó muchísimo con sus fieles amigos. Gritó, pataleó y lloró. Les dijo que nunca más les dejaría tocar sus pociones y mucho menos ayudarla. Enfurruñada, Peladilla se sentó en una silla, demasiado enfadada. Sus amigos se entristecieron mucho, ambos se fueron con la cabeza cabizbaja y los ojos encharcados en lágrimas hacia sus camitas. Estaban muy tristes pues por su culpa su mejor amiga nunca triunfaba en la brujería. Decidieron que dejarían a su amiga sola para que así cumpliese su sueño y llegase a ser una famosa bruja. Al día siguiente Peladilla nuevamente probaba una pócima, y sería la primera vez en su vida que le saldría perfecta. Aplaudió y rió, hasta que se dio cuenta que sus carcajadas producían un gran eco en casa. Se sintió muy sola, faltaban las risas de sus fieles amigos, sus bromas... faltaban ellos.

Peladilla salió corriendo a la calle a buscar a sus simpáticos compañeros. Cuando los encontró les dio el abrazo más fuerte que se podía dar. La joven bruja comprendió que sus amigos lo eran todo para ella. Ya no le importaba ser una bruja famosa, no si no era junto a ellos. Prefería ser la peor de las brujas pero contar con la amistad de Zuzú y Castaña, así que los tres volvieron felices a casa. Peladilla supo finalmente que era una buena bruja, pero lo más importante: comprendió el valor de la amistad.

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