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La columna del lector

Respuesta a Jaime Luis Martín

Sin ánimo de polémica, pero sí haciéndome eco del sentir de una gran parte de exalumnos de los Agustinos de Avilés, me gustaría contrastar mi (nuestra) visión sobre la educación y el trato que recibimos en el colegio con la aportada por Jaime Luis Martín en su artículo titulado "Nada que celebrar", de fecha 13 del corriente, que respeto, pero que no comparto. Naturalmente, hablo desde mi experiencia personal, que no tiene por qué coincidir con la suya, pero que merece la misma consideración, a mi entender y al de muchos de los que nos reunimos el pasado sábado en un muy grato reencuentro.

Creo que su concepto sobre lo que era el colegio responde a un análisis hecho desde una perspectiva bastante posterior, lo cual desenfoca un poco la realidad, que yo creo debe interpretarse situándola en el contexto social y político de la época. Y me baso en lo que él mismo señala: "Este horror lo descubrí mucho más tarde". Por supuesto que los métodos educativos de entonces hoy en día serían intolerables en cuanto al aspecto disciplinario, pero para los tiempos de los que hablamos (años sesenta) yo diría que podían considerarse normales, y no muy diferentes de los que otros constatamos en centros públicos, aunque parece que no fue su caso. No niego que algunos profesores, curas y seglares, se extralimitasen en los castigos, pero tampoco creo que fuese la norma general.

Respecto a lo que comenta sobre la homofobia, puedo decir que, en mi curso, coincidí con varios chicos con tendencias homosexuales. Seguramente la dirección tomó medidas para evitar conductas que en aquellos tiempos podían resultar escandalosas (estábamos en pleno franquismo y en un colegio de religiosos, no lo olvidemos), pero yo jamás vi que lo hiciesen públicamente, y menos aún humillándolos ante los compañeros.

En cuanto al supuesto clasismo, niego la mayor absolutamente. Y pongo mi propio ejemplo. Mi padre era un humilde trabajador de Ensidesa, y yo compartía pupitre con hijos de empresarios, de jueces, de médicos, de abogados, de ingenieros... Pues bien, jamás (subrayo: jamás) los educadores me trataron de modo diferente a ellos, ni tuve problema alguno en ese sentido con mis compañeros, aún hoy en día amigos.

Y, por último, en cuanto a una supuesta defensa a ultranza del franquismo en el colegio, precisamente coincidíamos los reunidos el sábado en que nos parecía que imperaba más bien la despolitización que el adoctrinamiento. Porque incluso en las clases de Política (Formación del Espíritu Nacional), los profesores que teníamos pasaban bastante de puntillas sobre las tesis oficiales recogidas en los libros de texto, aportando una visión más bien aséptica sobre el régimen. Eso no quita que el colegio, como institución, estuviese integrado en el sistema y se adaptase a la legalidad entonces vigente, naturalmente.

En fin, cada uno tiene una visión de las cosas según sus propias vivencias. Pero me gustaría resaltar que el evento del sábado fue un reencuentro de buena gente, de gente sana, sin rastro de traumas infantiles y además con muy diversas formas de pensar, lo cual indica que para nada vimos mermada la capacidad de hacerlo por nosotros mismos.

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