El programa festivo que oferta Avilés este verano me produce la misma sensación que tendría viendo por la tele un culebrón venezolano... con los capítulos desordenados. No encuentro por ninguna parte una hilo coherente en la sucesión de actividades y espectáculos que, incluso, me asaltan por la calle de forma inesperada, como ocurrió el sábado cuando, de improviso, un grupo de música se puso a tocar en la esquina de las calles Carreño Miranda y La Estación. He visto a bailarines del Folclórico animando el cotarro vestidos con camisetas parecidas a las del Primark y calzones que juraría que eran parte del uniforme del Real Madrid. La Cerveza y el Festival de música negra -ambos con un tremendo potencial- llegaron a competir por el mismo público. Y no es fácil estar al tanto de lo que va a haber mañana o pasado porque es tal el batiburrillo que no hay agenda que lo contenga. Esto no quiere decir que la oferta sea pobre, sólo que le falta orden y concierto.
