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En homenaje de don Gustavo Bueno

Un recuerdo de las conversaciones mantenidas con el filósofo, fallecido hace unas semanas

Lo que más llama la atención en el reciente fallecimiento del eminente filósofo Gustavo Bueno, es que, ya a favor de sus ideas, ya en contra de las mismas, la cantidad de comentarios, juicios, opiniones y crónicas sobre el personaje es verdaderamente abrumadora. Ello quiere decir, sin duda, que tal actitud corre pareja con sus méritos académicos, filosóficos e, incluso literarios, pues, de acuerdo o no con sus postulados, la estela luminosa que Bueno deja tras de sí, no puede por menos de suscitar alabanzas, a la vez que discusiones.

No son muchos los filósofos que suscitan tan numeroso impacto mediático, pues la filosofía no goza de la popularidad de la novela o del teatro. Su público es necesariamente reducido, porque estos distraen y divierten, en tanto que aquella obliga a la meditación y a la interiorización de postulados que muchas veces cuesta trabajo desentrañar.

Por eso, insisto, en que la inmensa catarata de comentarios, elogios y críticas que ha suscitado el fallecimiento de don Gustavo, es en sí misma una afirmación de su importantísima categoría personal, social y, sobre todo, docente.

Yo tuve la fortuna de conocerle y de mantener con él alguna conversación, y aunque la filosofía no es precisamente mi campo de actividad, tuvimos diálogos sumamente interesantes para mí y, desde luego, muy enriquecedores, porque tanto su dialéctica como su enorme conocimiento de las corrientes filosóficas, desde Platón y Aristóteles, hasta Kant, Hegel, Marx o Husserl, no podía por menos de abrir ante quienes le escuchaban puertas y horizontes de meridiana claridad y, sin duda, de muy elaborado pensamiento, con argumentos y conclusiones que jamás ni tan siquiera rozaban lo gratuito.

Aunque se pudiera opinar de forma distinta a sus conclusiones y argumentos él ya tenía prevista la reacción de su interlocutor y preparada la contrarréplica de tal manera elaborada que resultaba difícil, si no imposible, intentar superar sus afirmaciones.

Quiero terminar recogiendo algunas reflexiones suyas, muy ilustrativas de su manera de ver el mundo y su enfoque filosófico de la realidad cotidiana.

Así decía:

"Yo siempre me peleo por las ideas, con las personas y sus fallos soy tolerante. Me molestan las opiniones gratuitas y sin fundamento. Disfruto con discusiones inteligentes".

"Los males de este mundo los provoca más la bondad ignorante que la maldad inteligente, lo digo citando a Camus".

"La maldad es pura ignorancia, ya lo decía Sócrates. El 'malo' es, en realidad, un caso psiquiátrico de ignorancia, un imbécil. No existen razones para ser malvado de manera esencial".

El gran mérito de don Gustavo, quizás el mayor, es que fundó escuela, la llamada "Escuela de Filosofía de Oviedo" y que sus discípulos, todos gente de enorme talla intelectual, continuarán su obra con brillantez y con agradecida fidelidad a su maestro. Y yo, a mi vez, quiero rendirle mi modesto homenaje con las líneas que anteceden.

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