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Escritor

Cruceros y pateras en paralelo

Sobre el turismo de "alto standing" y los inmigrantes forzosos

La vida es dura. Ya sé que quejarse no sirve de nada pero cuando vi los seis autobuses que esperaban, a pie de muelle, a los pasajeros del crucero alemán "MS Europa" no pude por menos que hacer esa reflexión y acordarme de que vivir no consiste en hacer lo que a uno le dé la gana, sino lo que alguien dispone para nosotros. Si albergaban alguna duda fíjense en lo que les digo. Los pasajeros del "MS Europa" acababan de desayunar y los autobuses los esperaban para llevarlos a jugar al golf y a pasear por Avilés, Oviedo y Gijón. Menudo tute. Pero así es la vida.

También es verdad que hay gente que se rebela y no acepta que le hagan un traje a medida. Cualquiera de nosotros se hubiera rebelado y esgrimido que pagó una pasta por el pasaje para reclamar su derecho a la pereza, pero esta gente, me refiero a los que frecuentan los cruceros de lujo, disfruta con el esfuerzo. Es otra mentalidad. Confían más en el esfuerzo físico que en la inteligencia. Seguro que, cuando subieron a los autobuses, dirían que menudo día les esperaba. Pero lo dirían con la boca pequeña. En el fondo, lo que pensaban sería que para eso habían pagado, para que les zurraran la badana.

Estaba yo dándole vueltas a la mentalidad alemana cuando empezó a rondarme por la cabeza lo que suele decirse de los que viven por allá arriba. Que las buenas vacaciones y los cruceros de lujo son consecuencia de lo mucho que trabajan. Que, seguramente, se lo habrán ganado y lo tienen merecido. Pero entonces aparecieron los autobuses y se me cruzaron los cables. Los cables y unas imágenes que hicieron que me entraran unas ganas locas de recurrir a la demagogia.

La realidad suele ser demagógica. Desde donde yo estaba, los autobuses se parecían, de forma asombrosa, a los que, el pasado mes de febrero, desfilaron por Clausnitz (Alemania), cargados de refugiados y fueron recibidos a pedradas por una turba de vecinos que les impidió el paso al asilo donde iban a ser alojados. Mientras les tiraban piedras gritaban: "¡Somos el pueblo!" "¡Fuera de aquí, no os queremos!"

Como el parecido era asombroso creí estar ante una especie de videojuego de realidades invertidas. Trescientos extranjeros acababan de llegar al puerto y eran transportados en autobuses al refugio de un campo de golf y a pasear por nuestras ciudades. No venían de un país africano, venían de un país rico y beligerante que nos había exigido recortes en sanidad, educación, atención social y pensiones. De modo que hubiera estado justificado, desde luego mucho más justificado que lo que hicieron en Clausnitz, que alguien gritara: "¡Somos el pueblo, fuera de aquí, no os queremos!"

Ocurrió lo contrario. La gente se felicitaba de que hubiera llegado al puerto un crucero alemán con trescientos turistas adinerados. Todo eran parabienes y vaticinios de que la llegada de los extranjeros supondría una buena inyección de dinero para la hostelería y el comercio locales.

¿Qué hubiera sucedido si en vez de haber llegado un crucero de lujo lo hubiera hecho una patera con trescientos africanos a bordo? No lo sabemos, pero lo más probable es que hubiéramos sido educados, tolerantes y solidarios. Nada que ver con lo que hicieron en Clausnitz. Pero eso, a los del crucero, les trae al pairo.

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