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Arte / Crítica

Cuerpos sin lugar

"No return" aborda la desorientación espacial, la pérdida de memoria

Si con la exposición "El vaciado de la huella belga" (2016) en el Museo de Bellas Artes de Asturias, Carlos Suárez (Avilés, 1969) hurgó en el archivo y en el acontecimiento, en "No return", serie que se inicia en 2011, reconecta con la esencia de la que fue su mirada pictórica, como sucedía en "Mares de otro mundo" (2004), una especulación sobre el sitio que ocupaba el hombre en el mundo, con pequeños personajes, sobre pintura o parafina, que andaban "perdidos en un lugar indefinido, como sujetos a nada, pululan quizá sumidos en un permanente estado reflexivo, anclados en el centro de ninguna parte", como señaló Javier Hontoria con motivo de la muestra. Y en "Paraísos artificiales" (2008) consigue a través de montajes fotográficos reflexionar sobre "la soledad del hombre, sin caer en un ironismo autocomplaciente -en expresión de Fernando Castro Flórez- o en una retorización pseudo-filosófica". Sin embargo, los personajes de estas fotografías abordan desde la desorientación espacial y la pérdida de memoria, desde un alzhéimer social que, como una pandemia, nos condena a carecer de recuerdos, la construcción de una identidad que sólo será posible trazando un mapa político del cuerpo y del territorio.

En la revista portuguesa "Estudio" Gonzalo José Rey Villaronga realizó un acertado análisis de esta obra señalando tres claves: la negación del espacio por sustitución, la negación de tiempo por simultaneidad y la negación del paisaje por la reducción de los elementos. Y si una lectura de esta imágenes nos conduce hasta el "no lugar", carente de personalidad, antropológicamente irrelevante, cualquier relectura nos sitúa, también, en la senda de Michel de Certeau cuando escribe que "practicar el espacio es repetir la experiencia alegre y silenciosa de la infancia; es, en el lugar, ser otro y pasar al otro". Los personajes anónimos de "no return" vestidos con bañador, instalados en el ocio permanente, desorientados, confundidos, han perdido la niñez, la posibilidad de encontrarse, de pasar al otro. Y ni siquiera se respira un aroma del fracaso en su caminar sino un devenir sin rostro, sin afectos, sin tristezas ni alegrías. No hay sujeto con identidad porque no hay respuesta a la realidad dominante y los pasos van dejando un vagabundeo sin coordenadas ni resistencias al orden establecido.

Pero en los paisajes por los que deambulan estos cuerpos sin narrativas -la datación de la serie coincide con la explosión de la burbuja inmobiliaria- las grúas y las edificaciones definen un horizonte envuelto en nubes grisáceas o con un sol aplastante cubriendo la tierra de sombras. Estos espacios abandonados, sin identidad, ni memoria, son testigos de un entramado social, político y especulativo, donde resulta imposible recomponer las historias.

Las fotografías de Carlos Suárez alteradas, manipuladas, nos ofrecen una visión de lo que se esconde tras la realidad, revelándonos la gran huida, sin retorno, a la que nos encaminamos, a lo único real, a lo más abyecto, a convertirnos en cuerpos sin lugar.

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