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Carta a los Reyes Magos

Ante una jornada mágica de las celebraciones navideñas

Queridas Majestades de Oriente:

Aunque el paganismo moderno, el indiferentismo religioso y la falsa doctrina de la relatividad os han relegado casi a una figura decorativa en Occidente, por mor de la importación de ajenas tradiciones extrañas, para los niños y para quienes lo son por dentro, como quien esto escribe, seguís siendo la magia personificada que lleva hacia la luz primordial. Aunque los sagrados evangelios hablan muy poco de vosotros, sé lo suficiente para proclamar, en voz muy alta, que vuestra sabiduría, ligada a la suprema razón, fueron las que os llevaron a la gruta celestial para adorar al niño Dios en el pesebre. Vuestro largo viaje es la prueba patente de la fe, la que falta hoy en día a tantas y tantas personas que se abandonan, sin ningún esfuerzo, en manos de un materialismo atroz, destruyen sus familias, no cuidan a sus hijos, por egoísta conveniencia y se entregan al dolce far niente sin escrúpulo alguno.

Las excelentes ofrendas que les disteis al niño divino evidencian vuestra augusta procedencia: el oro es la sabiduría de la que está exento el mundo moderno, que adora las luces de neón y desprecia a sus mayores como si fuera la cosa más sana y natural; el incienso es el perfume de la devoción espiritual, el mensaje secreto del corazón, la palabra curativa que ha huido de la mente contemporánea para dejar paso a la mera fraseología superflua; la mirra es el bálsamo para uncir a los muertos en su ruta incontenible hacia la vida eterna, esa creencia real y esencial que muy pocos sostienen, engañados por los sofismas baratos de quienes les gobiernan a su antojo. La falta de fe, su sustitución por ideologías fatuas e inconsecuentes, es el principal peligro de la vida interior, la causa de los desmanes que se desarrollan por doquier; sin el bastón espiritual el hombre vive más que cojo.

Cumplisteis con vuestro deber al ir a postraos ante la cueva sagrada para oír el cántico majestuoso de las multitudes celestiales, esas criaturas angelicales que acompañan siempre la bondad, la entrega y la misericordia. ¿Por qué cuanto más tiempo transcurre decrece el número de los que tienen fe? ¿Qué ha pasado en el corazón de las personas que ya no invocan el nombre de Dios, dejan los templos de su alma vacíos, atacan sin la menor provocación, viven en guerra con ellos mismos, aplauden las estafas y las profanaciones sacras y lanzan sus ejércitos malditos contra quienes viven tranquilos en medio del retiro, la soledad y la serenidad? Muchos de los que se preguntan: "¿Dónde está Dios?", no saben que lo han matado primero dentro de sí, con sus actitudes violentas, con su afán egocentrista y con una atracción irresistible hacia la nada. No os pido ningún bien material ni la procura de ningún poder institucional. Sólo os suplico humildad para que los que viven fuera de sí, sin saber por qué, acaso porque lo tienen casi todo y no saben digerirlo, vuelvan al camino del disfrute de sí mismos. ¿De qué sirve ser el hombre más poderoso de la tierra si vive amargado por dentro, no es feliz, no ama a sus seres queridos y no encuentra calma en su corazón? ¿Para qué vale el dinero si se mata al cuerpo con malas obras, pensamientos perniciosos, envidias y hechos contrarios a la caridad?

No me quitéis nunca el niño sagrado que llevo dentro, esa criatura que hay que alimentar cada instante para que los milagros se vean con claridad: el que es como un niño no está roto ni dividido, mantiene sus esperanzas en un futuro resplandeciente, ama a su prójimo, hace del juego inocente su máxima razón de ser, lucha por lo que vale, se separa de lo que contamina y es impuro, tiene muy claras y bien definidas las fronteras de lo justo e injusto y derrama amor allí por donde va. Por eso, sólo pueden entrar en el reino de los cielos los que son pequeños en su alma y grandes en su mirada interior. Los magnos secretos de la eternidad no les han sido revelados a los sabios del mundo a los jefes de las naciones ni a los más ricos e influyentes del planeta. Hay que amar para ser feliz, tener fe para ver la mano milagrosa y no recelar nunca de la esperanza que hace crecer el fruto que conduce hacia lo alto.

Cuando vayáis de regreso a vuestra casa no dejéis de sembrar la semilla que impide el triunfo del mal, el éxito del poder de las tinieblas y el predominio de una concepción utilitarista y hedonista de la existencia. El hijo de Dios ha nacido en la tierra en un portal de Belén para que el hombre se haga como Dios: no traicionemos las sagradas enseñanzas espirituales de todos los tiempos, no vendamos de forma gratuita nuestra alma por un plato de lentejas, aunque esté rebosante de adornos culinarios, no perdamos el norte de la cordura luminosa, seamos más humanos con quienes nos rodean, más justos y pacientes con los injustos y más firmes con quienes nos azuzan para caer en las redes del maligno.

Pido paz para que los niños no sufran, no renuncien a su infancia antes de tiempo y hagan felices a sus mayores; pido felicidad, aunque muy pocos crean en su realidad, al confundirla con la juega y el placer: tienen tanta prisa que no les da tiempo a pararse para disfrutarla como es debido. Y, por último, pido amor, la medicina sagrada que todo o cura.

El mundo yace enfermo por falta de luz interior, os necesita más que nunca; el hombre caído, que no sabe que lo está, solicita vuestra mano para seguir caminando hacia la gloria.

Gracias por hacer tanto bien a la infancia viva de los corazones agradecidos y por la magia que los niños cantan cuando ven a Dios en todas partes: en la zapatilla de mi noche de Reyes pongo toda mi confianza, como siempre hice desde mi más temprana niñez.

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