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Vita brevis

Congresos

Los órganos máximos de decisión de todos los partidos se reúnen este año coincidiendo con el centenario de la Revolución soviética

En este año se conmemorará el centenario de la Revolución soviética, que conmocionó al mundo y que condicionó toda la vida política, económica y social del siglo pasado y, en parte, de lo que va de este. Tal vez sea esa la razón por la que, de repente, se me han revolucionado todos nuestros partidos políticos, justamente en este año, hombre.

En alguna parte de los estatutos de todos los partidos políticos españoles figura inexorablemente que el órgano máximo de decisión es el Congreso, aunque alguno de ellos lo denomine de otra forma, como los de Podemos que lo llaman Asamblea Ciudadana, que es un pelín más pretencioso y repipi, pero que viene a ser lo mismo. En todos ellos también figura que ese es el órgano máximo de decisión y soberano del partido y que debe reunirse de forma ordinaria en un tiempo determinado, que suele ser cada tres o cuatro años, que en esto hay variantes. De forma también casi unánime esta norma de celebrar el congreso ordinario en plazos ciertos suelen pasársela por el forro de los dídimos. Por unas u otras causas y, mayormente, por intereses de los que mandan en el asunto esos plazos se incumplen sistemáticamente, dejando la convocatoria para mejor ocasión y a ya te veré.

Después del rosario de sucesivas elecciones celebradas en los pasados años, ahora les ha dado a todos un desmedido frenesí por reunir sus congresos a porfía en este año. Además, la mayoría se apelotonan en este invierno, probablemente porque nos está viniendo bien fresquito, que se ve que el calentamiento global se está tomando un respiro, y es el momento más propicio para que la gente se amontone sin agobios. Se entiende así que los llamados críticos del PSOE quisieran celebrar también su congreso cuando los demás y no al final de la primavera, cuando los calores no invitan a que se aglomere el personal en demasía, que alguno habrá al que le huelan los sobacos o emita otros efluvios sudoríparos corporales poco apetitosos.

Los congresos de los partidos son acontecimientos de gran importancia para los que viven de la política y para los que pretenden encontrar en ella cobijo y techo. Los que no asistan de cuerpo presente al congreso no pintan ni copas. Es imprescindible estar allí, credencial al cuello, para ser visto por los demás y darse a conocer en las comisiones y los corrillos, y para hacerse el encontradizo con los líderes y lideresas o con los que van camino de ello. Los que no asisten como delegados o representantes de las diversas organizaciones territoriales no pueden albergar esperanza alguna de medrar en el partido. A los ausentes sólo les queda seguir formando parte de ese amasijo informe que se llama militancia, cuya utilidad se limita a ingresar una exigua cuota, asistir como interventor a recontar papeletas en las mesas electorales y votar a quien se tiene que votar en su endogámica agrupación local o como quiera que se llame.

Se dice que en los congresos se estudian y aprueban unas ponencias, que parece una cosa muy sesuda y trascendente. Aparentan contener una guía para la acción política a realizar que promete un futuro esplendoroso, que a su lado viene a ser una mierda El Dorado mítico del cacique indio de la laguna de Guatavita, que luego buscó por otras partes Indiana Jones en el cine. En realidad las ponencias consisten en unos tochos infumables, con frases incoherentes o indescifrables y llenas de palabras y, sobremanera, de palabros. Su interés radica en que en las ponencias se contienen las consignas que deben aprender los partidarios y transmitirlas, repitiéndolas machaconamente vengan o no a cuento, como elementos de publicidad para la siguiente campaña. A ver cuáles nos sacan para esta temporada de primavera-verano.

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