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Inmigración, fractura y desarraigo

Los efectos de la llegada masiva de ciudadanos de otros países y la falta de respuesta

No es fácil en este periodo convulso de la humanidad acercarse al fenómeno de la inmigración. Cualquier opinión sobre el tema es inmediatamente etiquetada de insolidaria o populista, con lo cual casi nadie (los ciudadanos) opina sobre un asunto que afecta a sus vidas, pero que prefieren dejar al arbitrio de sus políticos dando por bueno las decisiones que estos tomen.

Es la emigración por motivos de guerra, de inseguridad política o de miseria económica la forma más devastadora de fractura personal, familiar, de entorno, o de tribu, a la que el ser humano se enfrenta a lo largo de su vida. Los que como nosotros sabemos bien de ese desarraigo, de esa fractura, sabemos por lo que están pasando todas esas personas que deciden abandonar su tierra para encontrar refugio, calor, abrigo y seguridad donde quiera que se le puedan dar.

La diáspora que estamos atravesando en estos momentos y que parece se alargará en el tiempo, tiene su origen en las decisiones tomadas a lo largo de más de 30 años por las grandes potencias que en uno u otro momento quisieron sacar tajada de una situación que les beneficiaba ( casi siempre económica ), armando hasta los dientes a aquellos que mejor respondían a sus intereses en la zona. Pero los tiempos cambian y los intereses también, y los que una vez fueron aliados se convirtieron en enemigos bien armados y pertrechados que ahora han cambiado de intereses.

La ONU, que no supo ni quiso cortar en su momento esta deriva, es en último caso la responsable moral de la miseria humana que asola el mundo. No basta con tener organizaciones humanitarias que pongan tiritas a la sangría, lo que hace falta es determinación para sentar en una mesa a todos los actores de esta tragedia y llegar a la conclusión de la misma.

La ONU está manipulada y maniatada por cinco países que no permiten que se tome ninguna decisión que los comprometa a ellos o a los países satélites a su sombra, vaciando así de contenido cualquier resolución que consideren pueda afectarles.

Baste el ejemplo de la invasión rusa a la península de Crimea. La ONU debió en ese momento de apartar a Rusia del Consejo Permanente, pero guardó un vergonzante silencio, dando pie a la misma Rusia y a otros países a violentar y transgredir las decisiones comunes en el propio beneficio si así se les antoja. La ONU está, entre otras cosas, para salvaguardar el cumplimiento de los acuerdos internacionales que todos nos hemos dado, no para mirar para otro lado en el caso de que esa ruptura la haga uno de los cinco estados con derecho de veto.

No se les puede acusar a los posibles países receptores de falta de solidaridad cuando como en el caso de España y de otros países europeos tenemos más cuatro millones de parados, una alarmante pobreza infantil, y una necesidad cada vez mayor de ser nosotros mismos los que tengan que emigrar. No es posible seguir con ese discurso, seamos serios; los inmigrantes tienen unas necesidades inmediatas y en el futuro que muy pocos países pueden hacerles frente en este momento.

Recibir a centenares de personas supone una infraestructura que no tenemos, no se puede abrir la puerta de un país sin saber cómo vamos a atender a esas personas, social, laboral, y sanitariamente hablando, por no hablar de sus costumbres y modos de vida que pueden chocar de frente con los de los lugares de acogida y que no siendo bien encauzados estaríamos creando un cultivo de resentimiento y de odio que más pronto que tarde nos estallaría en la cara ( véase la situación en Francia con la segunda generación de inmigrantes, mayoritariamente argelinos).

Siria, Iraq, Afganistán... son los principales generadores de esas mareas humanas (sin contar con la emigración africana) a las que les es imposible seguir en sus lugares de origen. Es imprescindible detener la guerra, crear las condiciones para que permanezcan en su entorno, país, comunidad, y que esos países de recepción apoyen económicamente y con medios humanos la reconstrucción. Nadie es inmigrante por vocación, se es por necesidad, cortemos esa espiral que nos ahoga a unos y otros y nos pone en el disparadero de la sospecha cuando no de la indignidad. Debemos exigir a quien puede hacerlo que deje de tratarnos como peones de un ajedrez infernal, antes que unos y otros lleguemos al término de esta partida en un, jaque mate.

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