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La espinera

Olga

Adiós a una mujer que perteneció a la generación de la posguerra

Nos dejaste, Olga, un 9 de febrero. Como siempre, sin querer molestar, en silencio. Me enteré de forma abrupta, a golpe de teléfono. Llegué lo antes que pude, tus hijos y tu marido, Víctor, sí estaban en casa contigo. Pedro, Alma y Aníbal ya se habían encargado de todo. Saber de tu ausencia, durante el trayecto en el taxi, me hizo sentir el alma de hielo, a pesar de que amanecía con nubes rojizas y el día era templado y plácido.

Algo más tarde que tú, fuimos al tanatorio, allí traté de ser útil, como pude, ayudando a redactar la esquela, gestionando detalles de tu sepultura. Y nos instalaron en la sala número cinco y te cubrieron de miles de flores. Y empezó a llegar la gente. Tus hermanas Quinita y Marisa, inseparables en el hospital, conteniendo las lágrimas, te acompañaban de nuevo.

Y tanta, tanta gente quiso acercarse a ti ese día, que durante algún instante dejé de sentir frío y pensé en ti ya no con tristeza. Y traté de imaginarte feliz en distintos momentos de tu vida.

Y te vi siendo niña, esperando el turno de lectura de algún libro. Creo que fue Quinita la que me dijo que os poníais en fila los diez hermanos y leíais cuando os correspondía, tú jamás protestabas por el tiempo que te tocaba, a pesar de que la lectura fue siempre una de tus pasiones. Y en eso coincidía contigo, Olga, y también en que a las dos nos gustaban las películas antiguas y la cocina. Coincidíamos también sobre todo, en el cariño hacia Aníbal, tu hijo. Nunca fuimos rivales. Siempre buenas aliadas.

Y te vi en las tardes soleadas de los domingos en la playa de Santa María, antes del partido, con tus hijos pequeños, tiritando después del baño. Tortilla y filetes empanados. Se oían las risas y, al fondo, el rumor de las olas.

Perteneciste, Olga, a la generación de los niños de la posguerra y del racionamiento. Y fuiste, quizás, también por ello, siempre fuerte. Con un gran talante de aceptación, que te caracterizó aun en los momentos más difíciles de tu vida: como la pérdida temprana de Viti, uno de tus hijos.

Olga, ha sido para mí un honor y un privilegio pertenecer a tu familia y a tu corazón, generosos y entrañables, acogedores y hospitalarios, como tu casa, siempre de puertas abiertas. Y nunca jamás olvidaré tu sonrisa, al abrir la puerta, para después hacer de Rey Mago y repartir los regalos.

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