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Vita brevis

Los pucheritos

El gesto turbado de Esperanza Aguirre al saber de las sospechas de corrupción de Ignacio González

La sonrisa cerrada y amplia, de oreja a oreja, ha sido siempre su gesto más significativo. Todo el mundo la conoce y a pocos deja indiferente. Son muchos sus enemigos, especialmente entre sus propias filas, porque siempre ha sido un verso suelto que ha dicho lo que le ha venido al pelo, cuidadosamente cardado con elegancia. Nunca ha rehusado a los periodistas, que se afanan en recabar sus opiniones, porque sus declaraciones parsimoniosas en muchas ocasiones han sido sorprendentes y polémicas, y eso da mucho juego.

Esperanza Aguirre y Gil de Biezma es indiscutiblemente una mujer de una gran personalidad. Su vena política le viene de familia, que ya era aristocrática y por la que discurrían también afanes artísticos, como el poético en su tío Jaime Gil de Biezma y el fotográfico en su prima segunda Bárbara Allende y Gil de Biezma, más conocida en los tiempos de la Movida madrileña como Ouka Leele.

Como ocurre en estos casos con la gente de alcurnia se casó con un Grande de España, que es un título de nobleza que antes tenía los privilegios de viajar con pasaporte diplomático y de no destocarse delante del rey, aunque ahora no pintan ni copas. Es que fue ella la que ocupó un buen número de cargos políticos, comenzando por una concejalía del Ayuntamiento de la muy antigua, noble y coronada villa de Madrid, a la que retornó postergada al final.

El paso sonriente que antaño hizo doña "Espe" por la Presidencia de la Comunidad de Madrid se ha convertido hogaño en turbación, al ver cómo entran en prisiones todos cuantos la rodearon. El último de ellos fue su estrecho colaborador y heredero en el cargo, Ignacio González, que dio con su mechón cano del cogote en el calabozo por meter la mano en el agua del Canal de Isabel II, que siempre fue estupenda porque era del río Lozoya. Preguntada la condesa consorte por tan lamentable sucedido, mudó su habitual sonrisa y, por primera vez, la vimos haciendo unos pucheros.

Parece ser que resulta difícil saber con certeza el origen de que se utilice esa expresión para designar un gesto que precede al llanto. De lo que no cabe duda es de que se trata de un dicho muy popular y muy antiguo, pues ya lo recoge Sebastián de Covarrubias en su monumental diccionario titulado "Tesoro de la lengua castellana o española", publicado en 1611. En él escribe: "Hazer pucheritos, es de los niños, quando quieren llorar; porque hinchan los carrillejos, a modo del puchero que es ventricoso".

El gesto de hacer pucheros provoca ternura. Por eso, muchas veces los niños lo fingen maliciosamente. También los mayores utilizan en ocasiones esta estratagema. Pero permítanme aventurar que los pucheros que hizo doña Esperanza asemejan ser sentidos. Ella confiaba en los colaboradores que nombró y, especialmente, en Nacho González, que acreditó ser una persona trabajadora y eficiente, aunque se sospeche ahora que se le pegaban con facilidad los billetes a los dedos. En modo alguno podía haber imaginado la señora condesa que esos sujetos de su corte tuvieran instintos tan bajos y ruines o ambiciones tan plebeyas y vulgares. La señora estaba dedicada en cuerpo y alma a sus inauguraciones, a sus entrevistas, a sus sonrisas y a las demás obligaciones propias de la Alta Política, con mayúsculas, como exigía la nobleza de su cargo. No es propio de esos ámbitos excelsos la ordinariez de contar dineros.

Algo parecido ya le había pasado al papa Benito, que tuvo que dejar el solio pontificio porque le superaba la gestión cotidiana de la Santa Sede y sus cosas de este mundo. Lo suyo eran los intríngulis de la Teología, desentrañando los altos misterios divinos, y excuso decirles si ese estudio se hace en alemán. Así llegó a la conclusión de que el limbo no existía, para que los niños muertos sin bautizar no hagan pucheritos.

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