La destitución hace nueve días de Pablo Lago como entrenador del Avilés fue la crónica de una marcha anunciada, que solo dilataron algunas maniobras perversas. Y, además, fue el reflejo en el plano deportivo de la inestabilidad que se viene larvando desde hace meses en los despachos de un club en el que un representante de jugadores metido a director deportivo se ha atrincherado frente a la propiedad, en sintonía con la sociedad gestora. Una pugna por el poder que el vestuario contempla atónito a pocas semanas de una promoción de ascenso a Segunda División B, en medio del hartazgo de los aficionados. El Avilés, por historia y por llevar el nombre de la tercera ciudad más poblada de Asturias, se merece un cambio de categoría. Pero se merece, tanto o más, que acabe este sainete cuanto antes. Sólo así será posible un futuro en el que celebrar éxitos deportivos.