El día a día está lleno de tantas minucias y preocupaciones que, a veces, como un pez que no ve el agua en la que vive, perdemos de vista lo esencial: la salud y el bienestar que se presupone como requisito para cualquier otra actividad vital. La pérdida de ese bienestar nos va mermando fuerzas hasta convertirse en una fuente de dolor y preocupación que va anegando los pensamientos como una lenta inundación.

Comienzan entonces las visitas a los médicos en busca de solución. En mi caso, un problema respiratorio que se negaba a abandonarme. Tras los tratamientos habituales en estos casos, la dolencia persistía y las soluciones se veían cada vez menores. Es en estos momentos cuando se puede encontrar un médico, en el más amplio sentido de la palabra. Algo más que un profesional con conocimientos sobre los protocolos y tratamientos a seguir. Una persona que te escuche, que comprenda por lo que estás pasando, que saque tiempo de dónde sea para estudiar tu caso, para acompañarte, para buscar soluciones.

Mi médico se llama don Juan Rodríguez López, neumólogo del Hospital San Agustín de Avilés. Con estas palabras quisiera agradecerle profundamente su labor profesional y su calidez humana para conmigo. El agradecimiento puede parecer obvio cuando ves la mejoría día a día, cuando vuelves a disfrutar de un paseo, de una caminata por el bosque o simplemente saborear una bocanada de aire fresco. Pero en este caso, por encima de todo eso, también está la calidad humana del médico que lo ha hecho posible, su dedicación, el cariño a su profesión y el ver a su paciente como una persona en busca de ayuda.

Por eso, quiero reiterar públicamente mi agradecimiento a don Juan Rodríguez López a través de esta carta. Estoy profundamente agradecida de haberle conocido y de todos los cuidados que he recibido por su parte. ¡Muchas gracias doctor, y felicidades por su santo!