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Portavoz de IU en el Ayuntamiento de Avilés

Juana está en mi casa

Los micromachismos ante el caso de la mujer que se niega a entregar a sus hijos a un maltratador

La violencia machista tiene muchas caras y muchas formas de ejercerse. Por desgracia, las mujeres no nos enfrentamos a un único tipo. Los micromachismos es la expresión menos conocida de las violencias que sufrimos día a día. ¿Quién de nosotras no ha tenido que escuchar bromas de mal gusto, sentirse menospreciada en una reunión de trabajo, ir a un bar con un chico y que le pongan a él la bebida alcohólica y a ti el refresco, darle a él la cuenta para pagar, sentirte observada (y juzgada) mientras aparcas tu coche...? Y un sinfín de ejemplos más.

Los micromachismos están muy relacionados también con la violencia psicológica que podemos sufrir en todos los ámbitos: personal, familiar, laboral, de ocio, etcétera. Una de las principales causas de la violencia psicológica es el miedo y la coacción por no poder llevar tu vida con naturalidad y libertad. Hay una frase que considero muy significativa: "Cuando vuelvo a casa quiero ser libre, no valiente". Cuando nos despedimos de nuestro grupo de amigos y amigas entre nosotras siempre hay esa coletilla final después del "Hasta mañana" que dice "Cuando llegues a casa, escribe". ¿Será mera curiosidad para ver quien llega antes a casa, una competición quizás? La respuesta es clara: no. Esas cinco palabras esconden una realidad social que las mujeres vivimos cuando salimos a la calle, especialmente por la noche, ya que necesitamos avisarnos cuando llegamos porque el camino de vuelta a casa no siempre es seguro y podemos encontrarnos con situaciones desagradables o de peligro. El problema es que está tan interiorizado en la sociedad que cuando las mujeres o diferentes colectivos feministas lo denunciamos públicamente nos llaman exageradas. ¿Cuántas veces ha sentido un hombre miedo de que le violasen, intimidasen, dijesen cosas desagradables al volver a casa?

Además, hay otras formas de ejercer violencia psicológica no ya desde los agresores, sino desde las propias instituciones. Estos días lo estamos viendo con el caso de Juana Rivas. El marido de esta mujer fue denunciado y condenado por malos tratos. Ahora, la Justicia le obliga a ella a entregar a sus dos hijos menores, de 3 y 11 años, a su padre. Juana no quiere que sus hijos vivan con el hombre que la maltrataba y, ante la imposición de la Justicia, no le ha quedado más remedio que recurrir a la desobediencia civil y encontrarse en paradero desconocido tras negarse a entregar a sus hijos en la fecha y hora estipuladas.

Este caso ha desatado un debate que lleva mucho tiempo extendiéndose, sobre todo tras la huelga de hambre de las mujeres de la asociación de Ve-La Luz y a raíz de las negociaciones en el congreso por el pacto de estado contra las violencias machistas. Además del debate, se ha producido un movimiento de solidaridad y sororidad con Juana, ya que, las mujeres no son las únicas víctimas de violencia machista sino que sus hijos e hijas también lo son y en muchas ocasiones vemos cómo los maltratadores utilizan a los menores para hacer daño a las madres.

La desobediencia civil es un acto totalmente necesario cuando las instituciones, tanto políticas como judiciales, están a años luz de garantizar nuestros derechos, especialmente en un tema tan sangrante como las violencias machistas. Por ello, yo también me sumo a la campaña de apoyo a Juana Rivas, le digo desde aquí que tiene mi apoyo, mi fuerza y que no está sola. Somos muchas las que levantamos la voz porque de una vez por todas se recoja en una ley nuestros derechos, se entienda que un maltratador no puede criar a los hijos e hijas, exigir que los niños cobren una pensión de orfandad cuando asesinan a sus madres y, también, para hacer ver que no sólo con la violencia física se ejerce la violencia machista.

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