Se acabó lo que se daba. El tiempo litúrgico, vacacional y festivo de la Navidad ha concluido con la llegada de los Magos de Oriente, que la grandilocuencia de las gentes acabó entronizando como reyes, que la tradición ha querido que fueran tres y que la fantasía medieval los tiene enterrados en la catedral de Colonia.

Melchor, Gaspar y Baltasar fueron bautizados con esos nombres por el autor del mosaico de la iglesia de San Apolinar Nuovo, en Rávena. Eran persas los tres según esa representación, pues aparecen vestidos al modo de las gentes acomodadas de ese lugar en el que ahora mandan los ayatolás y tocados con gorros frigios. Resulta esto bastante coherente con que fueran de Oriente y, además, magos, que eran los sacerdotes de la religión mazdeísta fundada por Zaratustra, que floreció durante el imperio sasánida persa y de la que quedan pocos sobrevivientes, salvo en Bombay, donde aún existe un templo del fuego y una torre de los muertos al lado de un rascacielos que es la vivienda de la familia Tata, la dueña de la fábrica de coches de ese nombre, adeptos a esa fe.

En la cabalgata que recorrió las calles de Avilés y en las de muchas ciudades españolas, a imitación de la primera que se celebró en Alcoy a mediados del siglo XIX, el rey Melchor aparece con las guedejas y las barbas encanecidas, mientras que las de Gaspar son castañas y Baltasar luce barbilampiño y negro. Representan las tres edades del hombre y las diversas razas, pues en ellos se simboliza la humanidad entera, como dijo el papa Benito antes de jubilarse. Menos mal que ahora hay manteros africanos suficientes para que hagan de rey negro y de su séquito porque, según parece y sin que se alcance a comprender muy bien la razón, es políticamente de lo más incorrecto que los figurantes se tiznen la cara, como siempre se hizo cuando no había inmigrantes subsaharianos. Hay que reconocer, no obstante, que en la villa aún andamos algo anticuados en esto, porque no hemos llegado a la perfección de la modernidad, consistente en que una loca bujarrona negra, disfrazada de cabaretera con peluca, pinturas, plumerío y plataformas, haga de reinona Baltasara, que todo se andará.

En los lugares norteños en que los Reyes Magos no traen regalos a los niños, porque se anticipa San Nicolás o Papá Navidad, sus naturales suelen dedicar el 6 de enero a desmontar el árbol y demás adornos de las casas, de los comercios y de las calles. Así que, en esos países, también dan carpetazo en ese día al ciclo navideño, volviendo cada uno a donde solía.

A pesar de las diferentes costumbres de unos pueblos y otros, fueran católicos o protestantes, el ciclo navideño era común en toda la Unión Europea. Con la ampliación de la Unión Europea a los antiguos estados del Telón de Acero, la cosa varía porque en los países de tradición ortodoxa celebran la Navidad el 7 de enero. En ese día cantan, entre otros, un villancico que dice: "Cristo nació en Belén el 25 de diciembre". Aquí causa algo de perplejidad y, de primeras, podríamos decir que andan desorientados con el calendario. La razón del desfase es la misma por la que se conoce a la Revolución Soviética de 1917 como la Revolución de Octubre cuando en realidad fue en noviembre, porque en Rusia no adoptaron el calendario gregoriano hasta después del triunfo de los bolcheviques.

En todos los países del este de Europa se rigen por nuestro mismo calendario, pero las iglesias ortodoxas mantienen para su liturgia el calendario juliano, que tiene un desfase de 13 días. Así que en Rusia, Rumanía, Grecia y demás desobedientes al papa celebran todas las fiestas religiosas con retraso, incluida la Navidad. Cuando aquí ya nos han traído los Reyes los regalos, Putin todavía está en la misa del gallo.