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La espinera

El reflejo de la nieve

La felicidad de observar lo cotidiano

Si hay algo más etéreo que la nieve es su reflejo: un brillo cegador e inesperado que, si se le deja, traspasa el alma y nos contagia de luz.

Es verdad que la nieve es capaz de doblegar las rígidas ramas de los sauces; pero no, las flexibles de los pinos. Así nos lo enseña la sabiduría taoísta. Por eso, me sentí feliz hace unos días cuando llegó la nieve, porque sabía que tras ella hallaría algo brillante y magnético.

Y se sucedieron los días con zapatos y botas de suela de goma para evitar los resbalones en las carreras cotidianas. Aquí, allí, arriba, abajo, las llamadas, las gestiones, la supuesta y diaria incomodidad del frío; pero el resplandor se percibía cada vez más como una huella cercana y el sonido de la lluvia asemejaba las notas musicales y lejanas de un piano misterioso. Y sobre todo lo que me más me sobresaltaba era esa exultante e inexplicable felicidad que me acompañaba aun en las tareas más tediosas y rutinarias.

Es verdad que a veces esperamos grandes cosas que son difíciles de que sucedan; pero quizás la felicidad radique en encontrar esas otras, que para los demás podrán resultar insignificantes, pero cada uno de nosotros se erigen en la esencia misma de la vida.

Es verdad que desde hace bastantes meses andaba detrás de un libro titulado El humo de los barcos de José Marcelino García; pero por lo que fuese, todos los intentos de conseguirlo acababan siendo infructuosos. Hace tan solo un día, el milagro de la nieve, estoy segura, convirtió mi deseo en oportunidad y coincidí con el autor del libro tan esperado, que además me lo regaló con dedicatoria incluida. Sentí un frío inusual al tenerlo por fin en mis manos. Y es que el humo de los barcos como el misterio de la nieve es intangible, pero puede llegar a transformarnos.

A veces la felicidad consiste tan solo en intuir un libro antes de leerlo. Y ahora, me siento tan afortunada...

Es verdad que también esa noche -todo un lujo-, surgieron blancas, muy blancas las palabras al cobijo de la intemperie como dicción de la resistencia. Siempre espléndida la voz poética de Juan Carlos Mestre: mucho más que sonoridad y belleza. Definitivamente, no estaremos solos mientras Mestre reivindique la esencia humana y la dignidad civil, ante cualquier tipo de alienación oscura y avasalladora.

Y creo que si todo llegó, fue debido al inusual reflejo de la nieve.

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