Antonio Machado en un poema se sorprendía: "La primavera ha venido. / Nadie sabe cómo ha sido. / ¡Aleluyas blancas / de los zarzales floridos!". Con gran precisión conocemos cuándo se inicia astronómicamente la estación de la primavera y, actualmente no sólo el día, sino también la hora con segundos. No obstante, tenía razón el poeta si nos atenemos a la meteorología, que es cuando cesan las ventiscas, el clima se hace amoroso, se apagan las calefacciones y apetece vestir desenfadado, que nunca se sabe cuándo nos visita, que hay años que se retrasa más que otros, pero que se muestra siempre en el florecer de los campos.

Federico García Lorca comenzaba otro poema diciendo: "Tú querías que te dijera / el secreto de la primavera". Y lo terminaba: "¡Ay! No puedo decirte aunque quisiera / el secreto de la primavera". Lorca era andaluz, como Machado, pero se ve que se fijaba más en la primavera humana de su tierra, que va de la Semana Santa a la Feria de Abril y, luego, a la romería del Rocío, a la Feria del Caballo de Jerez y, así, de fiesta en feria y de romería en santos, componen un rosario cuyo secreto es difícil describir, aunque se quiera, porque aquella es la tierra de María Santísima, que por algo allí se erigió el dogma popular de la Inmaculada Concepción de María, con los cuadros de Murillo, siglos antes de que lo declarara el Vaticano. Era obligado que la señora Colau, alcaldesa de Barcelona y para poder serlo, abreviara su nombre de Inmaculada por Ada, no fuera a pasar por una charnega andaluza y no la votaran los "botiguers", que son los tenderos catalanes de bailar la sardana a la salida de misa dominical de toda la vida.

La primavera no es cosa sólo de flores de la campiña. De ella se aprovechan también las aves. Dice Edith Mabel Russo en otro poema: "Pajaritos del campo / ¡Qué están cantando? / Que doña primavera / ya está llegando". Lope de Vega también advertía la abundancia de esos bichos antediluvianos que vuelan: "En las mañanicas / del mes de mayo / cantan los ruiseñores, / se alegra el campo. / En las mañanicas, / como son frescas, / cubren los ruiseñores / las alamedas". Se retrasaba nuestro clásico al mes de mayo porque, en la época que le tocó vivir, hacía todo el año mucho más frío que ahora, que se conoce aquello como la Pequeña Edad de Hielo, y eso que no se había inventado lo del cambio climático.

Ciertamente es en la primavera cuando los pajarracos, que todo lo cagan, se emparejan, hacen sus nidos, ponen los huevos y los empollan. Es el tiempo de su crianza. Pero no crean que la cosa es pacífica, que han de luchar entre ellos en la conquista, en la búsqueda de los mejores lugares, en la defensa de sus cascarones y, cuando estos eclosionan, los polluelos entablan una lucha fratricida por los gusanos y demás cadáveres con que sus padres les alimentan. La naturaleza salvaje no es un poema lírico, sino una tragedia despiadada.

Una cosa que trae la primavera es que la sangre altera y el ser humano no se ha sustraído aún del todo a ese ciclo vital. Hay tenemos como muestra las batallas que en estos días se suceden por acomodarse en los nidos de los partidos. Se arrean picotazos por la anidada de cada quien, que busca el mejor sitio para poner sus huevos y, dentro del nido, para coger la mejor tajada. Populares, podemitas, sociatas, izquierdosos, ciudadanos y escindidos de unos y otros a colocarse andan en esta primavera en frenéticas batallas intestinas, que sólo queda un año para la próxima cita electoral y quien no esté ya instalado desde ahora poca poltrona ocupará.