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Abogado

Ética y estética. "La grande bellezza"

Sobre el escándalo del máster de Cristina Cifuentes

Coincidiendo con el esperpento del máster de Cifuentes, y todo lo que ha rodeado al caso, desde la defensa a ultranza que de la Presidenta de la Comunidad de Madrid ha hecho el PP, cuando ya eran evidentes las mentiras de la Presidenta sosteniendo lo que -desde un punto de vista de ética pública- no tiene el más mínimo sostén, TV2 programó para la noche del sábado "La grande belleza" (2013) del director napolitano Paolo Sorrentino, película, cuyo estreno ya había disfrutado en el cine, pero que vuelvo a ver, desde una nueva dimensión, como un espejo en el que se refleja la realidad que vivimos, dimensión que dudo haya percibido la dirección de TVE, tachada recientemente como sectaria por los profesionales que trabajan en la misma.

Viendo la película de Sorrentino y sus cuidadas y escogidas imágenes de Roma, comparo esa estética, culta, eterna y sugerente, con la de la España actual gobernada por el PP, cuya ranciedad nos retrotrae a la "estética" del franquismo, y cuyo ejemplo más cercano hemos apreciado en los telediarios emitidos durante la Semana Santa, plagados de procesiones en las que siempre estaba algún ministro presidiendo como tal la manifestación religiosa y cuyo culmen se alcanzó con la presencia televisada de cuatro de ellos entonando en primera fila el himno de la legión en el homenaje al Cristo de la Buena Muerte en Málaga el pasado Viernes Santo. Frente a esa estética que ya creíamos olvidada, y que tan magistralmente criticó con inteligencia Berlanga, se alzó semanas después la estética de "La grande bellezza" presidida por las esculturas clásicas, los palacios y plazas renacentistas y barrocas de la Città eterna genialmente retratadas en la película.

Esa confrontación entre la España actual y la película de Sorrentino, alcanza no solo al ámbito de la estética, sino de manera más sagaz al de la ética.

No en vano, como defendiera Wittgenstein en su "Tractatus", "ética y estética son uno". Así frente a lo que hemos vivido estas semanas en relación al supuesto máster de doña Cristina Cifuentes -tanto sus propias declaraciones y excusas, como las de otros personajes (universitarios y políticos), todos ellos pretenciosos y afectados de una dignidad impostada- se enfrenta el personaje principal de la película de Sorrentino, Jep Gambardella (interpretado de manera magistral por Toni Servillo), un escritor de 65 años que, tras un libro de éxito en su juventud, lleva cuarenta años de fiesta en fiesta, no ocultando su superficialidad, ni engañándose a sí mismo ni a los otros, sino observando la realidad con una clarividencia y acidez digna de elogio.

La película está trufada de personajes, todos ellos artistas secundarios del circo que es la vida que rodea a Gambardella. Solo cuando alguno de ellos imposta de un modo u otro, una cierta dignidad y superioridad -desde la vieja amiga activista de izquierdas que se vanagloria de sus once libros y de haber educado a cuatro hijos, cuando en realidad abandonó la educación de éstos en manos ajenas y consiguió ser publicada por acostarse con el jefe del partido, o el cardenal que fuera exorcista, y que en realidad se le ve solo preocupado por las cosas más superficiales y banales, de la vida- aparece el mordaz comentario o la ácida pregunta de Gambardella poniendo a cada uno enfrente de su propia miseria.

Jep Gambardella enfrenta pues la honestidad del que no engaña ni pretende aparentar y reconoce su propia pereza o mundanidad como objetivo de su propia vida frente a aquéllos que pretenden dar lecciones de compromiso público, de ética, o impostan una formación o experiencia profesional de la que carecen, convirtiéndose en realidad en un sarcasmo del personaje que pretenden interpretar. La actitud de Gambardella nos invita a disfrutar de la vida ante la inutilidad de todo afán del ser humano por aparentar.

El tema es ya muy antiguo, de él trata el Eclesiastés, libro del Antiguo Testamento, escrito probablemente a finales del reinado del Rey Salomón, casi un milenio antes de Cristo. "Vanidad de vanidades, todo es vanidad; Todas las cosas son fatigosas, más de lo que el hombre puede expresar. Nunca se sacia el ojo de ver, ni el oído de oír. Lo que ha sido, eso mismo será. Y lo que se ha hecho, eso mismo se hará; y no hay nada nuevo debajo del sol."

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