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Vita brevis

Surrealismo

La estancia alemana de Puigdemont y su elección de Torra como candidato a presidir Cataluña

El Tiergarten es un gran parque urbano que se ubica en el centro de Berlín. Se extiende desde la Puerta de Brandemburgo y el Reichstag, al Este, hasta el Parque Zoológico, al Oeste, en las inmediaciones de la Iglesia Memorial del Káiser Guillermo y la famosa avenida Kurfürstendamm, centro comercial del Berlín Occidental y escaparate de la opulencia capitalista durante la división de Alemania. En ese parque se alzan las dos únicas edificaciones de todo Berlín a las que no les tocó una bomba durante la II Guerra Mundial. Son la Columna de la Victoria y el Monumento Nacional a Bismarck, primer canciller del Imperio Alemán.

Aún no hemos visto a don Carles Puigdemont pasearse por la calle 17 de junio, que atraviesa el Tiergarten, ni fotografiarse bajo la prusiana Columna de la Victoria ni posando junto a la estatua del Canciller de Hierro, seguramente por no desmerecer porque a su lado semejaría enano. Servidor no sabe tan siquiera dónde se aloja el "Molt Honorable", si en un chalecito de los que usaban los gerifaltes de la República Democrática Alemana en el barrio norteño de Pankow o, por el contrario, en una casita de la vieja ciudad de Spandau. Dependerá de las perras que aún le queden a su amigo del alma, el señor Matamala, que dicen que es el que sufraga la vuelta al mundo de don Carlos, que ya dura más que la del caballero británico Phileas Fogg y su ayudante Passepartout en la novela de Julio Verne.

Sea como fuere, los aires prusianos han inflamado los poderes del Puigdemont, que ya se siente como un "canceller de ferro" de un Imperio Catalán, ensoñado en forma de "republiqueta". Ha encontrado a un tal Quim Torra i Pla para que le represente en el Parlament, lea su discurso y tome posesión como casi-presidente interino de la Generalidad con menguadas potestades. Según parece, es que no va a poder usar ni pisar el despacho oficial de la Presidencia, que ese es propiedad de Puigdemont, por herencia sacrosanta del señor Mas.

Este tal Joaquín Torra ha aceptado las condiciones del residente berlinés y ha jurado que ni siquiera se le va a ocurrir entreabrir la puerta del despacho presidencial y, menos aún, de hollarlo con sus prosaicos pies de viajante de seguros. De modo que ya le están haciendo un cobijo en el cuarto de los conserjes del Palau de la Generalitat, junto a la fotocopiadora. Allí tendrá que recibir a las diversas autoridades y personalidad que le vayan a visitar, bajo el título bien merecido y más apropiado de "Poc Honorable". Para las reuniones del "Consell de Govern" habrá que buscar otra solución, porque donde los conserjes no caben todos. De modo que tendrán que habilitar la sala de calderas, el cuarto de la limpieza o algún otro habitáculo del edificio de la calle Ferrán que, a pesar de lo que algunos piensen, no es otro que Fernando el Católico.

En los conciliábulos independentistas se rumoreaba mucho que la designada para el cargo interino iba a ser una tal Elsa Artadi, que era muy fiel a la persona de Puigdemont. Pero la mujer no aceptó las condiciones leoninas de su mentor, porque es una señora y compartir despacho con los bedeles se le antojaba muy ordinario, por muchos entorchados que llevaran en las mangas. Mucho menos le apetecía hacer las reuniones junto a las calderas que, cuando están encendidas en inverno, sales de allí oliendo a campamento. Don Quim Torra carece de prejuicios en ese sentido y ha aceptado el mandato subalterno.

Esta cosa catalana ha llegado a las más altas cotas de surrealismo. Creo que la culpa de todo la tiene Salvador Dalí, que nunca abandonó ese movimiento artístico y vivió en Figueras, impregnando toda Cataluña con lo onírico y lo excesivo.

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