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Crítica / Arte

Oro pictórico

Han pasado treinta y cinco años desde aquellos tapices que Consuelo Vallina (Ribadesella, 1941) teñía con colores intensos y una fuerte expresividad, casi tantos como de la primera exposición del grupo "Glayius" (1986) integrado por Elías García Benavides, Calixto Fernández, José Manuel Monte, José Santamarina y Ramón Rodríguez, además de la propia artista, veintiséis años desde aquellos trabajos en papel que ella misma fabricaba con una prensa que le construyó un herrero, papel sobre el que intervenía con diversos grafismos y capas de color, acuarelas que no restaban protagonismo a las texturas del soporte, a sus imperfecciones, a la casualidad del proceso. En 2015, realizó un "Viaje al invierno" para dar paso "a una forma de trabajar más directa y orgánica-en palabras de Juan Carlos Gea-, con formas mucho más desdibujadas y una paleta más suave y apagada, pero mayor libertad y soltura", en ese invierno, todavía benigno, ya se encontraban rasgos de un declinar pictórico, que en modo alguno supone renuncia ni rendición, sino una suma de experiencias personales que le conducirían por otros caminos hasta entonces menos explorados. Sus trabajos en cerámica, sus libros de artista, sus preocupaciones escultóricas, sus incursiones con tinta al grafismo en la tradición china y japonesa, le convierten en una artista inquieta, atenta a todas las técnicas.

Pero si algo caracteriza a Consuelo Vallina es su "mala uva" que le mantiene activa como creadora, como activista participando en movimientos feministas, hiperactiva, con pocos pelos en la lengua, en las redes sociales, comprometida como Presidenta de la Asociación de Artistas Visuales de Asturias, testaruda e inagotable. Los rasgos de su carácter son parte ineludible de su persistencia, de su resistencia. Y hay que tener en cuenta que le tocaron unos años difíciles para una artista empeñada en hacerse un hueco entre tanto varón, en un sociedad en que la mujer pintaba muy poco. Todavía hoy sigue lo femenino ninguneado en concursos, jurados, exposiciones colectivas, en ferias y bienales.

Han pasado más cosas, más muestras, más sinsabores, hasta llegar a este "Oro de la tarde", que viene acompañado de unos hermosos versos de Aurelio González Ovies. Próxima a esta luz melancólica sabiendo "que la fragilidad ya no nos pertenece", a esta tristeza del ocaso que trastoca los pigmentos, a este momento anterior a la llegada de la noche, entre lluvias y ensueños, la añoranza tiene un color áureo que empapa la paleta. Una obra, siguiendo el razonamiento de Javier Hernando Carrasco en "Los estratos de la pintura" (2015), en la que persiste el protagonismo de lo cromático, los valores texturales y de los signos, así como el orden en la composición.

Estos últimos trabajos de Consuelo Vallina pueden ser leídos en clave de paisaje, con los sentimientos agitando la armonía y la nostalgia, expresando el transcurso del tiempo, su perdida y una madurez personal y pictórica que vuelve su mirada a los pintores románticos alemanes, en un viaje de fuera hacia dentro. En estas obras están los cielos de Caspar David Friedrich, Carl Gustav Carus, Runge y K.F. Schinkel, los matices de la tarde, el tremolar de la luz. Las diferentes capas de pintura, la austeridad cromática, la concentración matérica en determinados espacios de la superficie, la circularidad que envuelve los diferentes campos de color, las masas de luz, la pulsión entre lo abstracto y lo real, conforman una mirada sobre los ecos del romanticismo, donde la artista fusiona los simbólico y lo visual.

A Consuelo que sigue participando acaloradamente en debates políticos y artísticos, sacando toda su rabia en defender la pintura, tiene sus mejores argumentos en esta tarde pálida de abismos, en esta geografía de niebla, en esta poética del día haciéndose silencio, llena de presagios, intensificada de oro pictórico.

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