Quisiera que mis palabras fueran firmes, que no fueran quebradas por la emoción y el sentimiento. Quisiera que mis palabras sonaran fuertes, no sólo para que lleguen a los familiares y amigos que estamos aquí, sino para que reverberen también en quienes no le conocieron en persona.

Porque la pérdida de José Aurelio no es sólo una pérdida para los familiares y amigos, es también una pérdida para la sociedad.

No quiero hablar aquí de los grandes momentos que ha dejado en nuestras memorias, pero sí de los grandes valores que nos ha transmitido. Porque éstos no desaparecerán con su presencia de nuestras mentes. Todo lo contrario, estarán ahora más arraigados en nuestras decisiones y en nuestro carácter.

Su capacidad de esfuerzo para conseguir metas, su honradez, su respeto y compromiso con los demás son valores que José Aurelio siempre defendió, y que son el fundamento de una sociedad sana y justa.

Su afecto desinteresado, su simpatía y su generosa amistad permanecerán tenazmente en el corazón de sus amigos. Su cariño y amor hacia sus padres y su familia, su pasión e ilusión por disfrutar cada segundo de esta vida, hasta que las fuerzas le permitieron, su entereza, incluso cuando la luz del túnel veía apagarse, son huella imborrable entre los que le hemos tenido cerca.

Queda en el amor a su mujer, Rosana, e hijas, Lucía e Isabel, el orgullo y admiración que siempre mostró hacia ellas y que tanto colmó su espíritu.

Con todo lo que nos has enseñado y transmitido durante tu vida, José, nos queda ahora la tranquilidad y la certeza de conocer la resolución de tu último juicio, ya no terrenal. Pero todos conocemos el veredicto, todos lo conocemos.

Descansa en paz, José.