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El termómetro

A las trincheras

Sobre el reduccionismo del discurso de Siero

La guerra era absurda cuando nació -supongo que cuando el homo nosequé se irguió por primera vez para tener libres las manos y andar a hostia limpia-, pero llegó un momento en que ese absurdo estuvo bastante bien controlado. Los soldados empezaron a batirse solo en el campo de batalla mientras los civiles desayunaban o leían el periódico. El sumum de ese control fue la guerra de trincheras. Los soldados se molían a palos y ganaba, más o menos, el que tenía menos bajas.

Pero a algún figura -creo que empezó en España pero no ando muy ducho en historia- se le ocurrió que era una tontería que sólo se matasen los soldados pudiendo matar más gente bombardeando las ciudades. Y así empezaron a llover bombas por todos lados y las trincheras, entonces, quedaron obsoletas. Pero el concepto sobrevivió. Y sigue bien vivo.

Atrincherarse sigue siendo hoy un uso muy común. Yo estoy aquí y tú estás ahí. Por tanto, somos enemigos. En un municipio como Siero, donde hay casi más pueblos que habitantes, la trinchera funciona estupendamente. Lugones contra la Pola, Carbayín Alto contra Carbayín Bajo, etcétera. ¿Qué decir? ¿Que tienen razón los que se quejan de que les das a ellos y no me das a mí? Tal vez. No van por ahí los tiros. El problema está en que generalizamos. José Antonio Coppen, lugonense convencido, acuñó con acierto el término "la Pola política" para distinguir los movimientos que se hacían en el Ayuntamiento -supuestamente a favor de la capital del concejo y en detrimento del resto del territorio- de los propios vecinos que viven en esa capital, muchos de los cuales no comulgan con la política local.

El problema, aquí y en Japón, ha sido siempre el reduccionismo. Vivimos en el concejo más complejo de aquí a Groenlandia, y deberíamos tener en cuenta esa complejidad, unos y otros. Pero claro, enterrar la trinchera cuesta.

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