Aequam memento rebus in arduis servare mentem.

"Tío, háblame en latín". Hablar latín nos unía. El primer recuerdo que guardo tuyo es ese y también el último. La tarde del 22 de octubre, cuando me despedí de tí en el hospital para emprender viaje a Siena, no la olvidaré nunca. Nos divertimos, te encontrabas bien, bromeamos recitando a Cicerón? Tu memoria prodigiosa te hacía siempre tener la última palabra. Era imposible estar a la altura. Nos prometimos un viaje a Italia juntos. No pudo ser.

Querer a alguien no está reñido con la distancia. En absoluto. Nuestras vidas no nos unieron demasiado físicamente, pero corrían paralelas. Recuerdo con cariño las cenas de Nochebuena en casa, tus magníficas recetas de cocina y la alegría de güelita por juntar a sus hijos y a sus nietos cada 24 de diciembre. Tras su muerte, nada fue lo mismo. Recuerdo tu particular sentido del humor y, sobre todo, cuánto te divertías cuando conseguías ponerme roja: sabías de mi timidez y te divertía hacerlo. Recuerdo las "excursiones gastronómicas" y aquellos escalopes en Infiesto que a Laura y a mí tanto nos gustaban? Recuerdo mi primera comunión y la de mis hermanos y veo constantemente el vídeo de la boda de mis padres, esa que tú oficiaste en la cueva de Covadonga, ante la Santina, hace más de 40 años, cuando eras todavía un chaval?

El mejor legado que nos dejas es, sin duda, tu familia elegida. La larga nómina de amigos que te han acompañado a lo largo de tu vida y que no se han separado de ti en los últimos momentos, amargos, esos en los que han sabido demostrar el aprecio que te profesaban. Lo maravilloso de una casa no es que nos abrigue, nos caliente ni que uno sea dueño de sus muros, sino que haya depositado lentamente en cada uno de nosotros provisiones de dulzura, que forme en el fondo del corazón ese macizo oscuro del cual nacen los sueños como agua de manantial. Esa ha sido tu mejor enseñanza. Descansa y cuida de nosotros. Volveremos a vernos, tío Juan. Hasta siempre.