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Cronista de Noreña

Casa Alicia

Los recuerdos que evoca la emblemática confitería de Noreña ante la jubilación de su pastelera

Era el año 1928 cuando el zapatero José Arbesú Álvarez y Alicia Rato Chicharro contraían matrimonio y, poco tiempo después, al cerrar la farmacia de Santiago Gil que había en el bajo de la casa de los padres de Alicia en el Paseo Fray Ramón, la pareja abrió una tienda donde vendían de todo. Alicia era inquieta, y Pepe fino zapatero que trabajaba en un tallerín en la plaza de La Nozalera. Y a ambos no se les ocurre nada mejor -y bien que acertaron- de prepararse para abrir una confitería.

Alicia se va a Gijón a aprender el oficio a casa de unos parientes propietarios de la afamada confitería Rato, en la calle Corrida, y aprendiendo lo más elemental para endulzar la vida se deciden a inaugurar la ansiada confitería frente al kiosco de la música. Debía ser el año 1932, y mientras Alicia se iba desenvolviendo entre azúcares, pastas y cremas, Pepe continuaba dándole a la lezna y al martillo y ayudando a su esposa con no mucho interés por cierto, en hacer hojaldres para los bartolos o los milhojas. Él se desenvolvía mejor tras la barra del bar y, todo lo más, vigilando de vez en cuando el tiempo del horno con algún que otro despiste. Era el relaciones públicas del negocio, que pronto alcanzó gran fama en cuanto a productos fabricados y en cuanto a las atenciones para con la clientela del bar.

Formaban un tándem perfecto: ella en el obrador y él de cara al público. Agenciaron de las hijas de "Foñes" el secreto de la receta cubana de las rosquillas de Pepona, las hicieron suyas y tipificaron dulcemente la Villa Condal durante decenas de años. 84 para ser exactos. Luego vendría su hija Queti y su nieta Pilarín, que fue la continuadora de la confitería hasta ahora, que le ha llegado el turno de la jubilación. Los clientes habituales echaremos en falta el ambiente del local. Allí hubo animadas tertulias, unos leyendo las noticias del periódico en voz alta, otros comentándolas; cuatro jugando a las cartas y Fermín ojo avizor -mientras hacía manualidades de su mundo- de todo cuando sucedía en el ambiente. Pilarín dándole pacíficamente al rollo pastelero y deseando suerte a cuantos probaban fortuna con las quinielas o las bonolotos. Joaquín, su esposo, atendiendo la barra y animando el otro ambiente, el futbolero. Lo que se hereda no se compra.

El olor de la cocción de las pastas inundaba el local, y ahora, guardado lo tengo en el disco de nuestra memoria.

Gracias, Pilarín, gracias por todo ello / que cosa más singular, que endulzar a tu pueblo / recordando a la abuela Alicia y a Pepe el zapatero, que en vez de endulzar la vida / se sentía feliz viajero / que había llegado de Cuba y no conocía Varadero.

Tampoco le hacía falta, lo palpó en algún sueño / cuando una habanera cantaban en la Bodeguita del Medio / mientras Alicia impaciente, horneaba algún buñuelo.

-"¿Acuerdeste, Quinín?", decía.

-"Sí, Pepe, acuérdome de todo ello".

Lo malo fue el despertar de tan corto y feliz sueño.

-"¡Qué tiempos aquellos, Quinín!".

-"¡Qué tiempos aquellos, zapatero!".

Estoy mucho mejor aquí, entre la lezna y el cuero / ayudando a la mi Alicia y olvidando el contorneo / que me ofrecía la mulata al pasar por Varadero.

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