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El Paragües

No sé

No pude evitar mi emoción al ver la suya. Entre lágrimas sin llanto repetía que algo tiene que cambiar, que esto no está bien, que? Me relató que el domingo una mujer, casi niña, de ventipocos, había pasado la tarde en su casa tras padecer maltrato de su marido. Y se me encogió el alma. Repetís que algo tiene que cambiar. Comuniqué que las dos cosas básicas que fallaban en esto, el amor y la educación, eran muy difíciles de cambiar; sobre todo el amor. Y ella, que sabe del amor, de ese de amar a los demás como a uno mismo, porque acoge, escucha y ayuda a los más necesitados, me miró con ojos aún anegados mientras me decía que no se refería eso, sino que la chica sabía que tendría que ir a una casa de acogida, que ello le producía miedo y por eso fue a la suya, porque la turbación la llevó allí como refugio. Volvió a repetirme que algo debe cambiar, que por qué, en principio, el maltratador se queda en casa y es la maltratada quien debe irse. Y no supe qué decir.

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