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El termómetro

Las cosas, por su nombre

Sobre lo poco que le importa al mercado el significado de las palabras

Falta un mes para Navidad y hay quien empieza ya a quejarse de la vorágine consumista, del descontrol de comida y regalos que está a punto de invadirnos. Yo no le quito la razón a esa gente, pero tengo para mí que ese descontrol, por muy descontrolado que esté, es un descontrol razonable. Mucha gente atribuye el desenfreno navideño a la sociedad de consumo, cuando no es así ni de lejos. El desenfreno siempre ha estado ahí.

Me explico: Jesús de Nazaret comía y bebía con alegría, basta con leer el Nuevo Testamento para comprobar que nunca faltaba una buena pitanza; la gente quería vino abundante en las bodas, los Reyes Magos traían regalos, etcétera. Todo ello 2000 años antes de El Corte Inglés.

Nosotros lo único que hacemos es adaptar aquel desenfreno a los excesos de nuestros días. Nada nuevo bajo el sol.

Lo que sí me desconcierta del omnipresente y omnímodo mercado nuestro de cada día es su capacidad para tirar por la borda el significado de las cosas. El mejor ejemplo son los "black fridays" que hay por todas partes, y que suelen durar hasta el martes. Hubo un tiempo en el que cuando querías que una cosa que iba bien durase más días le buscabas nombres adicionales. Comadres, Comadrines, Migayes y Migayines...

Ahora, sin embargo, ni siquiera se le echa imaginación al asunto. "Black friday" hasta el miércoles siguiente, feria de abril en el mes de mayo (las hubo por ahí), mercado de primavera el 12 de marzo (también) y un largo etcétera. Yo no digo que no haya que hacer todo lo posible por vender, porque para eso están los comercios, las ferias, los mercados, la hostelería.

Lo único que digo es que habría que intentar ser un poco más consecuentes y llamar a las cosas por su nombre. Traducimos mal el "trick or treat" (truco o chuche) por truco o trato, que en realidad no significa nada; hacemos fiestas de Carnaval después del miércoles de Ceniza para tener más gente, convertimos los viernes en semanas y cambiamos de estación o de mes antes de tiempo para que nos cuadre mejor el balance trimestral.

Todo esto no sería malo si no reflejara una tremenda falta de imaginación, de originalidad, de creatividad, en un mundo que -al menos eso dicen todos los gurús- lo que exige es precisamente originalidad, imaginación y creatividad. ¿Qué importancia tiene comer diez polvorones más o menos al lado de esta pobreza de espíritu?

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