Uno de esos años de gloria de la selección se organizó en una ciudad gallega que no recuerdo una función coincidiendo con un partido de España. Su organizador decía después, muy satisfecho, que el teatro estaba casi lleno pese a la feroz competencia del fútbol. Yo entonces no me podía creer no ya que alguien fuera al teatro a la misma hora en la que jugaba la selección un partido importante sino, más bien, que alguien tuviera la osadía de organizar la función. Pues había de ambas cosas.
Algo parecido pasó el otro día en Llanera. Un grupo de participación infantil se dio cita en la Casa de Cultura de Lugo para hablar sobre un tema a priori tan poco atractivo como la discapacidad y las barreras arquitectónicas a la misma hora a la que se disputaba el clásico. La verdad es que la cuota femenina era bastante alta, pero, aun así, había un puñado de preadolescentes preocupándose más de cómo la gente supera sus limitaciones que del cada vez más inflado, saturante y sobreexplotado duelo.
Pensando en todo esto me acordé de un anuncio que echaron en la tele hace un porrón de años que pretendía prevenir a los jóvenes sobre el consumo de drogas y en el que un chaval de lo más cani decía una frase que en mi entorno estuvo viva durante mucho tiempo: "hay otrajcosas".
El anuncio venía a decir que sí, que las drogas ofrecen un paraíso artificial que mola mucho (al principio), pero que tienen la contrapartida de un progresivo deterioro del físico, de la cognición, de la voluntad, etcétera. Y que hay otras muchas cosas que molan, que quizá no ofrezcan paraísos rápidos, pero que pueden dar muchas satisfacciones.
Lo mismo cabría decir del fútbol, un deporte que te da muchas satisfacciones (sobre todo a quien lo practica) y que mola, pero que también tiene la contrapartida de volver según a quién (que sobre esto no se puede generalizar) más cerril, más intransigente y menos empático cada vez.
Hay "otrajcosas".
