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Y la luz se hizo, pero se hizo más bien poca

Sobre la iluminación navideña, el derroche, la inversión y otros asuntos comerciales en la Pola

Recuerdo que, hace unos años, un amigo mío con profundas convicciones ecológicas se alegró muchísimo cuando por un conflicto o un despiste -ya no me acuerdo, la verdad- no hubo luces de Navidad en la Pola. Decía que era un derroche energético absurdo que contradecía toda la lógica de la contención hacia la que dicen que tenemos que ir pero no vamos; que no había necesidad de gastar los recursos en algo así y que el pueblo estaba bien como estaba.

Yo entonces no supe qué decir. Me pareció que tenía bastante sentido aquella forma de pensar. Ahora, viendo el despliegue de las luces navideñas en la Pola (las hay en tres calles y media) vuelvo sobre aquella reflexión y veo que sigue teniendo lógica. Pero es solo lógica ecológica.

Me explico. Si la idea es convertir el pueblo en un lugar sostenible (no sé por qué me cansa tanto esta palabra, quizá por las bocas de las que sale), que se preocupa por su entorno, por el planeta, etcétera, me parece estupendo.

Sin embargo, creo que la ausencia (o la poca presencia) de luces no obedece a esa idea. Los tiros van por otro lado. No creo que haya ninguna lógica del ahorro energético. Y cuando digo ahorro energético me refiero solo a ese aspecto, el energético, porque respecto al otro, al de la pasta que cuestan las luces, no se puede hablar tanto de ahorrar como de negarse a invertir.

Pienso, por ejemplo, en Times Square, de Nueva York, todo un canto al derroche lumínico. Puede criticarse desde el punto de vista ecológico pero nunca desde el económico. Esas luces atraen a la gente como a las polillas, y hay muchas personas con intereses en esa plaza que se aprovechan enormemente de ello. Es un ejemplo de invertir en luz, no de gastar luz.

Ya sé que estoy hablando del extremo de los extremos, que no se puede comparar la ciudad que nunca duerme con un pueblín de docemil habitantes, pero aun así, salvando las distancias, es lo mismo.

Y puestos a poner ejemplos más cercanos, basta darse una vuelta por Villaviciosa y ver las luces que tiene para darse cuenta de lo que significa invertir. A la gente que va allí le apetece quedarse. Y se queda. El otro día me dijo un vecino de Villaviciosa, precisamente, que había pasado por la Pola y que había comentado con su mujer que no, que aquí todavía no habían encendido las luces de Navidad. Cuando le dije que sí, que en realidad ya estaban encendidas y que eso era todo, casi se cae de culo.

La culpa es soltera, y yo jamás afearé a nadie por tomar decisiones en un sentido u otro respecto a las luces de Navidad. Quien las quiera poner, que las ponga. Quien no quiera ponerlas, que no lo haga. En sitios como Villaviciosa es el Ayuntamiento el que pone el huevo.

En otros como Lugones, son los comerciantes los que toman la iniciativa. Y en todos los casos tienen, creo, una vocación de embellecer el pueblo y tratar de atraer a la gente.

Y ahí es donde quiero llegar. Se trata de lógica comercial pura y dura. Los centros comerciales y las grandes empresas no se caracterizan, precisamente, por su devoción cristiana. Al contrario, aprovechan el tirón de la devoción ajena para hacer caja. Y si los otros conglomerados de tiendas, es decir, los pueblos, no quieren vender Navidad y prefieren quedarse casi como están el resto del año, no hay nada que objetar.

Personalmente, a mi me dan igual las luces de Navidad, pero yo no tengo una tienda. Si la tuviera, supongo que sí me importarían. Esa es la cuestión. Los aparcamientos, los precios bajos y el poder mediático de los centros comerciales y las grandes empresas están ahí, pero, como decía no sé quién, no se puede llegar a la cima con las manos en los bolsillos.

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