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La serliana

La A-64: el río que me lleva a Oviedo

Las malas condiciones de circulación por la autovía

En estos tiempos en los que pasar las vacaciones navegando de puerto en puerto se está poniendo de moda, me siento afortunado cada vez que llueve, ya que embarco en un crucero fluvial todas las mañanas.

El recorrido comienza en el tramo de la N-634 que desde Nava, como un afluente, desemboca en el Río Negro de la A-64 a la altura de Lieres. Transito por un tramo descarnado, en el que, poco a poco, se manifiestan las distintas capas estratigráficas que configuran el firme; ahora, perdida la superficie de rodadura asfáltica, se navega por un conglomerado de guijarros del tamaño de una nuez que, irremediablemente, se van desprendiendo del "nucleus" y se convierten en un arma arrojadiza al paso de los vehículos. Esta circunstancia aconseja mantener dos veces la distancia de seguridad con otras naves si no se quiere hacer víveres en una estación de Carglass. También, producto del uso, no de la falta de mantenimiento, seamos justos, se encuentran socavones en este afluente: uno que los habituales tenemos cartografiado a la altura del bar Feteli puede removerte los empastes en un despiste.

Una vez en la A-64, las condiciones de navegabilidad son otras, siendo extremas cuando llueve. El tramo hasta el primer acceso a Pola de Siero se hace llevadero, con algún susto debajo del viaducto de Aramil. Desde este punto hasta la salida de Argüelles todo son inconvenientes: a causa, supongo, de una mala ejecución, el carril izquierdo, insisto, con lluvia, es una trampa mortal, un bajío, donde el riesgo de "aquaplaning" es una constante. Adelantar en este tramo conlleva la aventura de adelantar a ciegas, ya que la cantidad de agua en suspensión, cuando te precede por ejemplo un vehículo de grandes dimensiones, es proporcional a la que se producía en el Mississippi cuando navegaban los barcos con impulso por rueda en la popa.

Pese a lo dicho, desde mi experiencia, lo infame coincide con salida oeste de Pola de Siero y la incorporación a la Autovía Minera. Ahora, con lluvia y sin la presencia de las líneas definidoras de los carriles, el uso del sextante resulta primordial. Los automóviles, todavía de noche, con agua y sin referencias, llegan a una especie de delta oscuro y traicionero, en el que una tufarada nauseabunda ataca a las vías respiratorias como el gas mostaza. La velocidad se reduce drásticamente con el consiguiente apelotonamiento y riesgo de accidente, máxime cuando los usuarios de la Autovía Minera esperan para incorporarse, ya que utilizar el brazo de asfalto que conduce al desvío supone participar, sin pretenderlo, en la carrera de obstáculos Grand National.

Una vez embocada de nuevo la autovía, el discurrir se vuelve normal hasta que el miedo a perder poder adquisitivo vuelve a ralentizar el ritmo con el consiguiente remolino de vehículos, siendo la causa un fielato móvil que algunas veces se instala detrás de los paneles acústicos, donde funcionarios uniformados recaban impuestos indirectos.

El tramo hasta la conexión con la Y se hace llevadero, con la excepción de que es utilizado por muchos ingleses que se olvidan que en el Continente se conduce por la derecha. La llegada al muelle de destino está precedida por un panel luminoso que, como en el Corte Inglés, te mantiene al tanto de las ofertas del día: una vez revisión de ruedas, otro día control de estupefacientes, y mucho más.

Un día de estos me encontré con un aviso que rezaba lo siguiente: "en caso de lluvia reduzca la velocidad". Para completarlo debería continuar sugiriendo: "y traiga una muda de repuesto".

En fin, mientras la inversión en el mantenimiento de las infraestructuras es la que es, odio navegar hasta Oviedo. Llego al extremo de soñar cosas extrañas; no hace mucho, desperté sobresaltado a media lectura del panel luminoso referido, quise intuir que decía: "en la próxima revuelta se practicarán tactos rectales a los mayores de cincuenta años". ¡Lo que faltaba!

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