Tengo para mí que el hecho de que la canción más oída de la historia de internet sea "Despacito" es un indicador no tanto de la deriva del gusto de la gente como de la forma en que escuchan música las nuevas generaciones.

En nuestra infancia teníamos solo dos opciones, o escuchar los discos que había en casa (si es que había alguno) o escuchar la radio. Pachanga había entonces igual que ahora, con la diferencia de que quien decidía cuántas veces te ponía la canción del verano era el tipo de la radio.

Ahora los niños cogen el móvil de sus padres (o el suyo) y buscan en la red sus canciones favoritas. No necesitan dinero para comprar un disco, no tienen que pedirlo a los reyes ni ahorrar. Y lo que en su día era un maxisingle que compraban los bares y algún que otro friki, porque era música de usar y tirar, hoy lo consumen por millones los videoespectadores. Solo un porcentaje ínfimo de los que escuchan la canción estarían dispuestos a pagar medio céntimo por esa música.

Esa inmediatez, y las olas mediáticas que arrastran a generaciones enteras y contra las que los viejunos no podemos competir, hacen muy difícil defender los viejos usos.

Ya puedes tener la mejor colección de discos de Europa occidental que si no están por la labor no van a asomarse a tu música. Siempre hay excepciones, pero es demasiado atractivo el hecho de tener la sensación de control. No necesitan buscar en ninguna colección de discos ni esperar a que una emisora decida por ellos. Son ellos los que tienen el poder (bueno, ellos no tanto, más bien bien Vevo y gente así, pero los niños no lo saben).

La música en línea y el mp4 han condenado a los viejos cedés, aquellos que cuando salieron eran el sumum del sonido de calidad, a los que los dueños de la finca que aparece en la imagen ya les han buscado otro uso más acorde con los tiempos.

Hace poco, en la radio, oí a un músico decir que una de las mayores mentiras del mercado de los últimos cincuenta años había sido la aparición del cedé. Las compañías dijeron que su sonido era infinitamente mejor que el del vinilo, y lo dijeron no veinticinco años después de que se inventase, que la tecnología estaba perfeccionada y tal vez podria colar; lo dijeron al principio del todo, cuando la tecnología estaba en pañales y el sonido dejaba mucho que desear.

Hoy, los cedés se han convertido en una especie de tierra de nadie, sobrepasada por un lado por la música en línea y, por el otro, por el vinilo, último reducto del amante del disco como objeto. Pero, en fin, no todo está perdido para ellos. Su brillo y la fuerza del reflejo del sol en su superficie metálica los hacen ideales como espantapájaros. Esas luces siderales espantan a los bichos con la misma eficacia con que youtube espanta al melómano cada vez que un niño busca el último bombazo.