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Velando el fuego

Violentos

La violencia que se produce en torno a los encuentros deportivos

Hace unos días, con ocasión de un partido amistoso de fútbol que se celebró en Ganzábal entre el UP de Langreo y la Cultural Leonesa, se produjo a la salida del campo un altercado del que parece ser que formaban parte hinchas llegados expresamente desde Gijón. Los que estábamos ya fuera, tomando con tranquilidad un botellina de sidra, observamos con preocupación un hecho que, una vez más -el día del Oviedo, hace años, o el más reciente del año pasado contra el Mérida-, ponía de manifiesto el gusto por las broncas antes que el goce por el espectáculo deportivo. Además, a tenor de los rumores que se propagaban, los que se habían desplazado desde Gijón forman parte de una banda que tiene por costumbre venir a Ganzábal con el único objetivo de desplegar la bandera de la violencia.

Más reciente, en el encuentro también amistoso entre el Oviedo y el Atlético de Madrid: qué paradoja desempolvar los puños en partidos de este tipo, volvió a producirse una escena parecida. En esta ocasión, la pelea, tal como se puede leer en un diario deportivo de la capital, contó con un ejército de 80 violentos madrileños, de ideología de extrema derecha, que se liaron a golpes contra los de la capital asturiana.

Cercanos al comienzo de la liga, a todos nos cabe preguntarnos cuáles son las razones que alimentan episodios de este tipo. Y sin duda que la respuesta no resulta nada fácil. Cuando, además, se trata de un fenómeno que ya ha entrado en una escala globalizadora, de la que parece que no hay continente que se salve. Sin duda que, como sucede en todas las refriegas, los móviles económicos están a la orden del día: no faltan directivos que alimentan a los violentos con fines extradeportivos, entre otras explicaciones; pero, al mismo tiempo, resulta también conveniente darse un paseo por nuestras costuras cuando ejercemos de espectadores: no parece difícil ponernos de acuerdo en que muchas veces quien sale de casa con la tranquila intención de asistir a un espectáculo deportivo acaba mudándose otro bien distinto. ¡Cuántas máscaras tan diferentes de las que conocemos habitualmente se observan en los graderíos del estadio durante cada lance del partido!

"Mi hijo es el mejor, y además es mi hijo", es el título de un libro escrito por José María Buceta, de gran interés no sólo para padres, sino también para otros partícipes de la fiesta deportiva: entrenadores, directivos, árbitros? No soy tan ingenuo como para creer que la observancia de este manual de cabecera pudiera ser el elixir milagroso que curara los peligros de que hablamos, pero sí tengo la seguridad de que el cumplimiento de algunas de sus prescripciones ayudaría mucho a darle otra dimensión al espectáculo futbolístico. Padres que de continuo muestran su descontento por la suplencia de su hijo; clubes y entrenadores que no dan explicaciones sobre criterios relativos al reparto del tiempo de juego; pérdida del principal valor que puede desarrollar el deporte colectivo, cual es el trabajo en equipo? Estos son algunos de los puntos que van cerrando un círculo alrededor del que se genera una espiral enrarecida. De ahí a los insultos contra el entrenador que nos tiene manía o contra el árbitro que se ha empeñado en amargarnos la tarde no hay tanta distancia. Y, mientras tanto, no muy lejos, comienzan ya a aparecer sombras inquietantes, siluetas enardecidas, objetos contundentes y, en algunas ocasiones, mortales de necesidad. Lo deja bien claro el conocido refrán: "Todo tiene que ver con todo".

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