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Relatos de estío

Empezaba a refrescar; una historia real

Accésit testimonio histórico del XI Concurso de microrrelatos mineros "Manuel Nevado Madrid", de la Fundación Muñiz Zapico

Ya empezaba a refrescar, era el 3 octubre de 1938 y el calor que castigaba a aquel pueblo minero durante los meses de verano iba arreciando. Eran las nueve de la noche y la oscuridad era dueña de las calles de Nerva; de unas calles que seguían llorando en silencio a los 1.500 muertos que habían dejado tras de sí quienes, el 26 de agosto de 1936, entraron en el pueblo gritando -¿Dónde están los mineros marxistas de Nerva?- y despachando a tiros a cualquiera que se encontrara en la calle...

Dos años habían pasado ya, dos años de llantos a puerta cerrada; dos años de mutismo, de cruces, de pólvora; dos años negros de desesperanza y miedo...

Un niño y su hermana, Manuel y María, pasaban por un decrépito llano que, en tiempos mejores, había servido para la proyección de unas películas que llenaban de color las calurosas noches de agosto del castigado poblado minero. Todavía podían verse, en aquel llano, las consecuencias de las bombas que los aviones de Queipo habían lanzado sobre la gente de Nerva, como precediendo el desastre...

Una mano interrumpió la marcha de Manuel, era el cabo de la Guardia municipal, que había conseguido su trabajo después de que los mineros fracasaran en su huelga revolucionaria de 1934 y de que el alcalde y los concejales fueran encarcelados y sustituidos por los mismos de antes... por los mismos de siempre...

Allí mismo los registró; llevaban kilo y medio de pan, doce sardinas embarricás, café y azúcar. Una mujer se acerca y, cuando ve al guardia, se da la vuelta e intenta huir; pero era tarde y el funcionario municipal la detiene también a ella; Rosario llevaba un mono color caqui, como de minero, y dos kilos de pan. La tragedia estaba servida... Rosario dijo que el mono y el pan los llevaba a casa del padre de los niños para que el menor lo entregara a su marido que, como otro hermano de Manuel y María, se encontraba huido en las sierras que cercaban al pueblo minero.

Manuel, María y Rosario fueron acusados por el cabo de la guardia municipal de convivencia con los del monte y llevados a la cárcel municipal. Inmediatamente, dos municipales se dirigieron a casa del padre de los menores, Domingo, para ser también detenido.

Domingo Belmonte, enfermo en cama, no pudo levantarse para abrir la puerta a los municipales que golpeaban con insistencia. No hubo problemas, las patadas y los culatazos hicieron el resto; echar una puerta abajo es trabajo fácil para quien suele hacerlo...

Cuando los asaltantes entraron en la casa y vieron al hombre, de cincuenta años y muchos de mina, tendido en la cama decidieron no detenerlo pero sí registrar su casa, como era costumbre en aquellos días.

Una vieja escopeta de caza fue lo que encontraron los guardias en casa de Belmonte; una escopeta que su hijo menor había encontrado en el monte, llevado a su casa y escondido de espaldas al padre para no preocuparle.

Algo después fueron todos juzgados en Minas de Riotinto. Manuel y María fueron absueltos y el caso de Rosario fue sobreseído... por esta vez, empezaba a refrescar...

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