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Velando el fuego

Cánones

El estado de salud en el que se encuentra el panorama poético y las impresiones que provoca el arte en la gente

Una vez más, una secuencia reciente me ha llevado a conectar con otra que, cuando se publiquen estás líneas, ya se habrá realizado. Me refiero al puente que ha unido una llamada telefónica que he recibido hace unos días con el encuentro poético que ha organizado la Asociación "Cauce del Nalón" el viernes pasado con tres jóvenes, Sara, Óscar y Samuel, ganadores del Premio de Poesía "Alberto Vega" de La Nava. La llamada a la que me refiero me ha llegado desde Trigueros, un pueblo de Huelva, solicitando mi colaboración para un libro homenaje al gran poeta manchego Félix Grande. La citada contribución no lo es porque yo sea un experto en la obra de Félix, que no lo soy, sino porque se trata de elegir a personas que hayan tenido relación con él en algún momento. Y, en este caso, quien me llamó recordaba bien el día en que Félix y yo coincidimos en un acto literario celebrado en Trigueros, en el mismo escenario de un instituto en el que se entregaba el premio de narrativa "Fernando Belmonte" y el magnífico poeta presentaba su libro "La balada del abuelo Palancas".

A la mañana siguiente quedamos en dar un paseo por Huelva. Durante la caminata, mientras aprovechábamos las ventajas de un tiempo cálido que nos acompañó mientras marchábamos por un parque de la ciudad andaluza, Félix rememoró momentos literarios que formaban parte de una poética tan larga, vital y reflexiva como la suya. Hasta que, en un momento de la charla, yo le pregunté por los poetas que, a su juicio, gozaban de buena salud en la actualidad. En este punto se mostró escasamente optimista, y, tras repasar nombres consagrados o que al menos gozaban de esa consideración, redujo la nómina tan sólo a unos pocos. El resto, y se refería a figuras de renombre, no resistían, dijo, la prueba del algodón. Algo así como que sus versos habían perdido ese fuego que los había alumbrado en otros momentos.

Quizás por eso, porque cada cual maneja su propia vara canónica, lo que sin duda irrita bastante a quienes han hecho del arte un lugar sacrosanto, un refugio intocable, una torre de marfil a la que sólo acceden los que están iluminados por algún soplo divino, pensaba, a la par que escribía el artículo sobre Félix, que volvería a formular la misma pregunta que entonces -han transcurrido ya cinco años de aquel encuentro-, pero, en este caso, a los tres jóvenes poetas. Me interesa mucho, sin duda, su opinión, pero no tanto por ver si es coincidente con la de Félix, que seguro que no, sino por otear por dónde soplan las velas de los poetas jóvenes, unidos los más por escasos años de diferencia pero separados en ocasiones por criterios estéticos y hasta por diferentes posicionamientos sociales.

En última instancia, la historia de una obra de arte no se limita sólo a las impresiones que nos provoca. Es preciso, también, articular un contexto en el que pueda inscribirse, formar parte de una textualidad que sea, a un tiempo, un acto de vida y de esperanza. El oráculo de los sabios acostumbra a equivocarse con cierta frecuencia, por mucho que sea crea en posesión de las tablas de la verdad. A este respecto, hace años he leído que el "Libro de buen amor" estaba destinado a formar parte de esos cánones intocables, por muchas piedras y lluvias que le cayeran encima al denominado también "libro del Arcipreste o libro de los cantares". Y, sin embargo, no me parece que en la actualidad ocupe, precisamente, puestos destacados en el escalafón de los méritos literarios. Mudan los tiempos y nosotros con ellos.

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