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Velando el fuego

A cuadrarse tocan

El debate entre Pablo Iglesias y Albert Rivera, y los recuerdos de la película "Uno, dos, tres"

Quienes hayan visto la película de Billy Wilder, "Uno, dos, tres", ambientada en plena Guerra Fría, recordarán que, al inicio de la misma, James Cagney, que representa en la cinta el papel de un norteamericano, jefe de ventas de la Coca-Cola en Berlín, reprende a uno de los empleados de su oficina por su reiterada costumbre de juntar los talones adoptando una postura militar y rígida cada vez que lo llama a su despacho. Un guiño que le viene de los años en los que Alemanía vivía bajo el nazismo y, por tanto, sus ciudadanos se preocupaban mucho de levantar el brazo, entonar los himnos del régimen o cuadrarse cuando estaban en presencia de un superior. En esa escena, James Cagney le preguntó a su ayudante qué había hecho mientras Hitler paseaba sus botas por Europa -en clara alusión a la falta de democracia que existía en su país-, a lo que aquél respondió que trabajar en el subterráneo. Para, a continuación, aclarar que se trataba del Metro, un lugar del que no sería nada extraño imaginar que en aquella época funcionara únicamente en una sola dirección.

La semana pasada, con ocasión del debate televisivo entre los dos líderes de los partidos emergentes, me vinieron a la memoria, a la finalización del mismo, algunas secuencias de esta extraordinaria película. Sobre todo, en los momentos en los que se esforzaban por hacer llegar a los telespectadores las medidas del programa electoral que unos y otros habían confeccionado para salir de la crisis. Hubo un momento clave, una representación que, a mi juicio, demostró bien a las claras que los viejos guiños son imposibles de erradicar, y más cuando forman parte de un imaginario colectivo que lleva siglos perpetuándose en unas estructuras de dominación. Se trataba, nada menos, que de encontrar la mejor fórmula que pudiera hacer llegar a los ciudadanos el dinero suficiente a fin de mes para poder dar un respiro a sus menguados bolsillos. Y, para ello, se ofrecieron dos alternativas. Una, la de repartir la riqueza existente del modo más igualitario posible, o bien, por el contrario, tal como dijo el líder de Ciudadanos, crear riqueza para después proceder a su reparto.

Fue en ese instante cuando vi que el número uno de Ciudadanos iniciaba un movimiento inequívoco, un gesto que delataba la fidelidad a unas costumbres que perviven desde hace ya muchos siglos, pues de todos es sabido que la creación de riqueza dentro de este sistema sólo sirve para incrementar el poder de quienes ostentan la mayor parte del capital disponible. (Baste, como ejemplo reciente, el aumento de la cifra de millonarios en el último quinquenio, y todo a costa de una crisis económica que para ellos tiene siempre efectos positivos).

Y ya puestos a jugar con la imaginación, asistí a una escena final en la que algunos de los protagonistas principales, tales como grandes empresas o instituciones como el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional, se levantaban de sus cómodos asientos y, a diferencia de James Cagney, aplaudían a rabiar el enérgico talozano que había dado el líder de Ciudadanos. Un gesto que no dejaba lugar a dudas. Y que, además, cuenta con el mérito añadido de que el aspirante al gobierno no ha trabajado nunca en el Metro, pero, a pesar de ello, no da dejado de orientarse siempre en una única dirección.

¡A cuadrarse tocan!

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