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Velando el fuego

Invitación al optimismo

Pequeñas historias para arrinconar el pesimismo sobre el progreso

La teoría y la práctica constituyen un binomio que importa dilucidar en sus relaciones reciprocas, ya que son parte de una cadena causal y de un desarrollo dialéctico en distintos campos. Alguien puede tener un saco lleno de conocimientos teóricos, pero si no extrae algunos de su mochila, y los pone a airear, de escasa ayuda le será cuando lo necesite (el exceso de humedad y de sombra producen estragos cuando se trata de mostrarse a la luz).

De igual modo, podemos referirnos al vocabulario que nos acompaña a diario. Si cada palabra es sólo un concepto genérico (pura teoría) o se trata, además, de tener una utilidad práctica, nuestra relación con los demás, en términos de actitudes, comportamientos y acciones específicas tendrá un sentido distinto en su totalidad.

De ahí a encontrarnos con la teoría de los valores no hay más que doblar un par de esquinas. Hay quienes, por citar los primeros ejemplos que se me ocurren, se llenan la boca cuando hablan de solidaridad, altruismo, amistad o respeto hacia los demás, y quienes prefieren zambullirse en esas aguas para conocer en verdad su temperatura.

Desde hace tiempo, y junto con otros compañeros, formo parte del jurado calificador del Concurso Literario de Redacción que organiza la Fundación Marino Gutiérrez Suárez (este año se cumple la XV edición) y que pretende potenciar valores y actitudes que caracterizaron la figura de la persona que da nombre al concurso. Si de alguna manera tuviera que hacer un resumen breve de los trabajos que se presentan al mismo (siempre más de un centenar, por cierto), diría que son cada vez más los escolares que entienden que los valores son, sobre todo, un camino que hay que atravesar, no sólo una ruta que sabemos de memoria por estar fijada en alguna cartografía al uso. Ha sido siempre una constante la preocupación por el respeto a los diferentes (a causa del color o de algún tipo de anomalía física o psíquica); pero en los últimos años, coincidiendo con todos los giros alocados que ha dado el mundo, algunas de las sevicias que nos aquejan se han plasmado en las cuartillas que nos envían los concursantes. Sobre todo, la importancia de las ONG, el problema de los refugiados (hoy los sirios y su lastimoso camino hacia la libertad) o el drama de las pateras.

Todo ello me ha servido para reforzar mi natural talante optimista. No todo está perdido, como entonan los agoreros de turno. Hay que confiar en que estos pequeños testimonios tengan algún día continuidad. Cierto es que no se trata de una tarea fácil, que los años modulan a las personas y, en ocasiones, las hacen virar en sentido bien distinto al que parecía ser su ruta, lo que demuestra que la vida no es, precisamente, ningún camino de rosas.

De todos modos, sería bueno recordar que en este viaje hacia el progreso tenemos también los padres nuestra cuota de responsabilidad. No sirve sólo excusarse por las influencias ajenas (que las hay, naturalmente), ni tampoco poner como pretexto tantos ventarrones como soplan a diario (a veces verdaderos huracanes). Todos estamos atados a la misma cadena; formamos parte de la misma embarcación. Si bien, hay quienes están situados en el puente de mando y quienes, por el contrario, no tienen más remedio que dedicarse a las tareas subalternas. Incluso hasta algunos están encerrados en las sentinas, faltos de luz y rodeados de agua y de humedad por todas partes. Pero ésa ya es otra historia.

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