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Dar a luz

Frases que te marcan en la vida

Todos, en mayor o menor medida, nos hemos sentido subyugados alguna vez ante una de esas frases cortas, contundentes, que hemos oído o leído en alguna parte. De modo que nuestro primer impulso es quedarnos quietos, convertidos casi en una estatua, sin osar mover una ceja o abrir la boca para indagar su origen, no sea que se venga abajo el hechizo. Por lo común, esas situaciones de pasmo vienen precedidas de una imagen que, de inmediato, se nos representa, a un mismo tiempo, como un sortilegio y como una cortina de humo en la que al instante quedamos atrapados.

En mi caso, y hace ya muchas nieves de ello, la frase que más circulaba por mis recién estrenadas entendederas infantiles era la de "dar a luz". Entonces yo era un niño que comenzaba a internarme por una carretera en la que creía que las palabras avanzaban siempre en una única dirección. (Más adelante, me adelantarían los dobles sentidos, las verdades a medias y hasta las más abyectas mentiras subidas a un todoterreno).

Esas palabras se pronunciaban en un tono bajo, confesional, mistérico, procurando siempre hurtarse a los oídos infantiles de la casa. "Fulanita ha dado a luz", decía mi madre, y, otras veces, "Ayer fulanita dio a luz" -ahora era mi tía quien no hacía más que aumentar mi asombro-. Pues, ¿acaso no apretaba yo todos los días, las veces que quisiera, la pera de mi habitación (por cierto, eran casi todas de baquelita negra) y, al instante, se encendía la bombilla? ¿Por qué, pues, se mentaba tanto a la fulanita de tal que, a fin de cuentas, hacía lo mismo que yo? De aquella época me quedó siempre la contrariedad de no haberme atrevido a dirigirme a mis padres para que me revelaran los arcanos de un enigma que sólo existía en mi imaginación.

Pasó el tiempo, cayeron abundantes piedras sobre nuestros hombros y, de pronto (hace sólo unos días), volví a toparme con dos de esas citas que te calan hasta los huesos. Ambas, además, venían una a continuación de la otra, como si el redactor de la noticia hubiera querido dejar constancia de su simbiosis. En la primera de ellas, como si de un cuchillo de hielo se tratara, un informe de Oxfam reflejaba que "La mitad de la riqueza mundial está en manos de un 1% de la población". En la otra, -si bien en este caso el frío cuchillo había sido sustituido por un tenedor señorial-, Cayetana Álvarez de Toledo, marquesa de Casa Fuerte y exdiputada del PP, amén de otros títulos más, le espetaba a la alcaldesa de Madrid la siguiente y aguda expresión: "No te lo perdonaré jamás, Carmena". Todo por la llantina de su niña de seis años a causa de la falsificación del traje que Gaspar lucía en la cabalgata madrileña de Reyes.

De inmediato, me dije que en esta ocasión no me iba a suceder lo mismo que cuando fui niño. Que me dirigiría a la marquesa, por medio de Twitter, donde no se necesita solicitar audiencia ante palacio, para preguntarle si el vestido falso de Gaspar guarda alguna relación con la pera de baquelita de mi infancia. No sea que, en realidad, esté otra vez confundido, y ella tuviera pensamientos más nobles, como corresponde a sus galas, cuando escupió la frase. Un modo de mostrar su preocupación por tantas Carmenas que en el mundo hay y que no pudieron nunca "dar a luz" a ninguno de sus sueños a causa de esa élite del 1% que siempre desfila en los lugares de honor de todas las cabalgatas. Prometo que lo haré.

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