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Velando el fuego

Cuentos chinos

El trabajo de las asociaciones vecinales y de festejos y la necesidad de financiación

Cuando éramos jóvenes y la vida, por tanto, nos regalaba el constante asombro de saber que existíamos, nunca nos preguntábamos, cuando acudíamos a fiestas, romerías y otros festejos, quién habría detrás del escenario, quién o quienes habrían tenido que dedicar horas de su trabajo, abundantes en la mayoría de los casos, para que el telón se alzara y, en consecuencia, nosotros pudiéramos disfrutar del espectáculo. Era raro que cuando nos entregábamos al baile y a los culinos de sidra en La Nava, Gargantada, Barros, Lada, La Felguera o Sama, por citar los primeros ejemplos que me vienen a la memoria, alguno de nosotros pensáramos, ni siquiera un breve instante, en el nombre de los directivos que habían conseguido traer a aquella orquesta o a aquel conjunto que tanto nos gustaba. Nos bastaba con mirarnos al espejo y bañarnos en los ojos de esa mocina que se asemejaba a la heroína de nuestros mejores sueños.

Viene esto a colación por la noticia aparecida esta semana en este diario sobre la disolución de "La asociación de vecinos de Blimea", tras décadas de existencia, al no haber candidatos para presidirla. Un nubarrón que viene acompañado también por el anuncio hecho por el presidente de El Carbayu, que no optará a la reelección, tras siete años de mandato; si bien, mantiene la esperanza de que alguien se decida a ocupar el cargo.

Nada nuevo, se dirá, bajo el sol. Y es cierto. Pero no por tratarse de una estampa repetida, deja de producir tristeza. Sin duda que los argumentos que explicarían estas situaciones son variados, y distintos, según los casos. Que la muda del tiempo deja estos desconchones es bien sabido, y que la vida no es más que un río que no deja de fluir, parece también al alcance de todos. Sin embargo, lo triste de estas realidades es que siempre se producen en los mismos escenarios, en los que el dinero no riega tan abundantemente las calles como en otros lugares en los que la alfombra rosa constituye la parte privilegiada del empedrado.

Por eso, cuando leo que equipos de fútbol de la élite, como Málaga o Valencia, por citar sólo algunos ejemplos, son comprados y dirigidos por jeques y empresarios chinos (lo mismo diría si fuera el dueño de Zara o de Mercadona quien lo hiciera), pienso -no hay nadie que no tenga al menos un minuto de ingenuidad en la vida- si sería posible que esas cosas nos sucedieran a nosotros. De modo que esos magnates vinieran para regar con abundantes petrodólares o la moneda que fuera nuestras deshuesadas economías. Seguro que entonces sería más fácil ponerse al frente de sociedades o asociaciones, que gozarían así de una próspera salud financiera. Y es que abrir la puerta del local y encontrarse con las arcas llenas de telarañas no invita, precisamente, a arrimar el hombro.

Alguien dirá que con el esfuerzo se consigue todo; igual que en ocasiones se menta la posibilidad de ser presidente de América partiendo desde la parte subterránea de la sociedad. Cuando oigo esto, no puedo más que acordarme de Cervantes, y de sus sabias palabras: "Sobre un buen cimiento se puede levantar un buen edificio...". Pero el final de esta cita resulta irrefutable: ?"y el mejor cimiento y zanja del mundo es el dinero". Cierto es que la cultura del esfuerzo conlleva soñar un objetivo, proyectar una estrategia, crear nuevos hábitos?; pero, en todo, caso, necesita, ineludiblemente, tener el estómago lleno.

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