La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Escalera alfombrada

El ruido de las pisadas o el caminar silencioso que puede provocar algunas sorpresas

Me acordaba un día de estos de la escalera de la casa donde nací. Era de buena madera que se fregaba con estropajo, jabón con sosa y arena. Y quedaba de un reluciente aquella madera que con la arena hacia crujir nuestro pisar. La madera duraba la intemerata de tiempo, porque era "madera, madera". Pero la historia es otra.

Yo tenía un amigo peluquero que acostumbraba a ir por las casas de los señores "de bien", no de bien lejos, aclaro. Así que un día le llamaron para que fuese a cortar el pelo a los niños. Él solía ir después de las ocho de la tarde, que es cuando salía de la peluquería en la que trabajaba. Mi amigo, mi peluquero, era un andarín por excelencia, no cogía un tranvía ni un autobús aunque nevase: paraguas en ristre y siempre andando.

Así que llegó a la susodicha casa donde le llamaron y en vez de tomar el ascensor, subió andando por aquellas escaleras de mármol cubiertas por una estupenda alfombra. Eso significaba que no metía ruido alguno en su pisar. Cuando ya solo le faltaba un tramo de escaleras para llegar a la vivienda, vio algo sorprendente que no le gusto, ya que dos personas se despedían efusivamente. El peluquero freno en seco, dio media vuelta para no encontrarse con aquel..., bajó hasta el portal y cogió el ascensor. Cuando llego al piso correspondiente las dos anteriores personas se daban la mano educadamente y, valga la expresión, "aquí no pasó nada".

Así que, puesto que ya conocen la historia en más o menos, cuídense de las escaleras alfombradas porque pueden causar muchos disgustos. Y eso que el peluquero era discreto y la anécdota me la contó pasados los años y ya no tenía transcendencia.

Compartir el artículo

stats