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El olivo

Una anécdota personal sobre un pequeño árbol que acabó siendo un incordio para su propietario

Recordaba y confundía el título de una película, recién estrenada, con aquella otra de "El árbol de la vida". Y todo era porque yo también tuve árboles en su día y ahora no, sin que por ello sienta angustia ni eche de menos su ausencia. Les cuento y les recuerdo.

En el año 1999, agosto, un compañero de trabajo me regaló un enano laurel que yo planté en mis pocos metros cuadrados que tengo delante de casa. Me encontraba satisfecho por aquello de haber cumplido dos de mis actos naturales de vida: tener dos hijos y plantar un árbol. Claro, faltaba y falta "escribir un libro", pero esa tarea ya se me hace imposible. Sigo con el árbol que es lo que me interesa hoy. Aquel laurel tan pequeño creció y creció, hasta tal punto que dió oscuridad a una parte de la casa y quitó vistas a la calle. Es más, parte de sus ramas llegaron a tocar el balcón que daba a una de las habitaciones. Sí, claro que servían sus hojas para echar al puchero, pero, como antes decía, obligó a tener la luz eléctrica encendida durante el día por aquella gran sombra que..., crecía y crecía, sin saber a dónde podía llegar aquel arbolón. Alguien dijo: "Tenías que haberlo podado antes". Pero no lo hicimos. Pero hoy les acabo la historia para no hacerla tan grande como el laurel.

Hace unos meses llamamos a un jardinero que nos arregló un poco, o bastante, esa superficie que tenemos delante de casa. Y, con el arreglo, se llevó por delante el enorme laurel. Así que hoy tenemos luz natural donde antes era eléctrica, desde el balcón y desde cualquier ventana delantera de la casa vemos la calle. Así que, donde hay claridad hay otro espíritu más alegre. ¿Pena por el árbol? Creo que no, él cumplió su cometido hasta que... Ah, pero les cuento, sigue creciendo.

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