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Desde mi Mieres del Camino

La larga historia de la romería de los Mártires

Suenan de nuevo las campanas y el valle, el rincón natural más "afayadizo" del concejo mierense, se rinde a la nueva cita festiva, preparándose, con sus mejores galas, para la inconfundible cita multitudinaria de la festividad de los Mártires de Valdecuna, San Cosme y San Damián. Durante unas pocas horas -quizás cuarenta y ocho- todos los caminos de la comarca del Caudal y bastantes de la región asturiana convergen en un punto exacto, geográficamente hablando, que se localiza en los altos del Valle de Cuna. Tiene al pueblo de Insierto, a sus pies, dispuesto a encontrarse de nuevo con este acontecimiento que reparte sus honores religiosos en torno a los Santo Doctores y luego lo complementa con la fiesta pagana que ofrecerá una amplia gama de viandas por las praderas circundantes al santuario, con la presencia de innumerables pandillas, juveniles, familiares y presencia activa de toda la especie humana.

Son los Mártires, ese 27 de septiembre que viene a cerrar el calendario "postveraniego" de Mieres y punto. De su nuevo discurrir, en esta edición que se acerca, se ocuparán, con profusión informativa, los medios regionales, con especial mención en las páginas que LA NUEVA ESPAÑA dedicará al evento. Es, y valga el pareado, de obligado cumplimiento.

Mientras se espera, con contenida alegría y cierta dosis de ansiedad positiva, la serie de adornos que han de alegrar el ambiente -desde el pregón, el día anterior, a la festividad de Los Martirinos, el día siguiente- uno tiene a bien retrotraer la mirada hacia otros tiempos, otras formas, otros hechos, algunos inesperados, que marcaron los últimos compases, en el tiempo, de esta efemérides festiva que a modo y forma de romería, traspasa todas las fronteras.

A pesar de que los tiempos cambian y las formar aparecen un tanto movidas de anteriores retos, la esencia religiosa de la fiesta, conserva toda su autenticidad y el acompañamiento de actos populares, también mantienen sus acentuados caracteres. Ahí están los responsables de Insierto, el amigo Porrón, Florina y Artemio, artífices del programa en torno a la festividad y dispuestos, con sus colaboradores, a configurar el marco de una nueva edición, con todos los pronunciamientos favorables. Y el párroco de Cuna, Manuel Roces que, por enésima vez -es difícil saber cuántas- revestirá de esencia religiosa, los ritos y actos que la religión cristiana fue señalando en el camino de esta devoción marcada por un sentimiento que se renueva cada año, desde la novena de días antes, hasta el ofrecimiento de los exvotos en justa correspondencia a favores recibidos o peticiones que se esperan, sobre todo las relacionadas con la salud propia o de nuestros deudos.

Lejos quedan, eso sí, escenas de una demostración fervorosa de fe, con el sacrificio de andar los romeros por caminos con los pies descalzos y en algunos tramos de rodillas para alcanzar, a través de la fe, el deseo humano. De antaño venían esas formas y se multiplicaban los gestos, pero hoy es difícil encontrarse con ellos. Han cambiado los tiempos. Persiste, eso sí, ese ofrecimiento de exvotos en acción de gracias, el pañuelo personal que se escoge para recorrer, como una lágrima, el rostro santificado de las imágenes de San Cosme y San Damián, y por supuesto el encendido de docenas y docenas de gruesas velas que "velarán" el marco escénico de la ermita durante los actos que se iniciarán a las siete de la mañana, para finalizar con la procesión en torno al cuadro general del santuario.

Después, rienda suelta a toda una explosión de alegría que envolverá la puya del ramu de la mano de Javier de Insierto, los sones folclóricos del ambiente asturiano que darán luz verde a un ambiente incomparable y renovado que invita a la participación. Alegría por doquier entre los jóvenes y niños, y cierto halo de añoranza para aquellos que, peinando canas o rascándose la mollera libre de pelo, recordarán otros tiempos. Música y ambiente increíble en cualquier rincón y todo un programa festivo que invadirá el valle.

Y, ¿qué nos queda para quiénes asumimos con resignación y evocación emotiva lo de hace cincuenta, sesenta o setenta años? La satisfacción de que nuestra fiesta, esa romería inconfundible que marca con letras de oro el calendario mierense, se desarrolla bajo los cánones que la significaron toda su vida. Y si un día "los mozos subieron los corderos al hombro", tal como lo describió Víctor Manuel, según su óptica experta, recomendando a la moza "que no cruzara el maizal para no regarlo con sus lágrimas", hoy las nuevas formas son otras pero no cambian la esencia.

Lo malo es que, en alguna ocasión, fuera del propio contexto temporal de la romería, hubo hechos que, saltándose toda lógica, pretendieron, sin conseguirlo, romper con la historia y los sentimientos del romero, movidos por motivos extraños, inconfesables pero faltos de eficacia, sin lograr el más mínimo de sus ocultos objetivos, porque, dicho sea de paso, al final todo volvió a la normalidad.

Era entonces guardián de los Mártires, desde la casa de Las Novenas, el labriego custodio del santuario, Manolín Fernández, padre que fue de las últimas guardesas Lala, Teresa y María, quien comunicó, acontecido el hecho de que "habían entrado en la capilla los ladrones para llevarse el dinero de limosnas que para misas había en el pequeño cepo instalado en cualquier lugar del templo, mientras que en el llamado cepo de los Mártires, compuesto por un duro tronco reforzado con fuertes hierros y afianzado en el suelo de forma pesada, ofreció buena resistencia "pero la maldad humana en acción es superior y más potente, porque posee los medios misteriosos del infierno".

Pocos fueron los dineros que se llevaron, pero -¡el lamento!- hubo que reponer puertas destrozadas y otras muchas calamidades para que el airoso santuario siguiese presidiendo el valle con su atrayente silueta sobre la colina de Insierto. Dádivas y ofrecimientos de todo tipo, comenzando por los propios vecinos del valle y otros muchos devotos del concejo mierense, hicieron posible que todo volviese a la normalidad. Y así hasta que?.

Corría el año 1996, concretamente el mes de agosto cuando, el día trece, para más señas martes, Mieres se levantó con el lamento y la perplejidad de que del santuario de Insierto habían desaparecido las propias imágenes de San Cosme y San Damián, que dicho sea de paso, para mayor aclaración, no presentaba un gran valor artístico, ya que esa condición se limitaba a lo simbólico, religioso y sentimental. Fue Manuel Viescas, vecino de El Llerón, carpintero de la ermita quien, llegado al lugar con el fin de rematar un trabajo, encontró una ventana cercana al campanario y la puerta principal también, camino que debieron recorrer los ladrones para realizar la fechoría.

Como es lógico ante el disgusto general, del que se hizo eco el párroco Manuel Roces en los siguientes actos litúrgicos, se iniciaron las pesquisas con el fin de dar con las imágenes y los autores. La Guardia Civil de Mieres, al mando de su capitán Carmelo Villaescusa, inició la investigación rastreando palmo a palmo los alrededores del santuario en busca de alguna pista. Infructuoso fue el primer intento. Posteriormente se ampliaron las acciones por diversos puntos de la piel municipal y poco tiempo pasó, quizás veinticuatro horas, para que la labor de la Benemérita diese resultado, obteniendo el primero de los objetivos. En unas tolvas de la cantera de Valmurián, cerca del alto del Padrún, aparecieron las imágenes, en unas bolsas de plásticos, sanas y salvas.

Sin embargo aunque se especuló con la forma en que se había producido el desenlace, los detalles fueron lo de menos y la identidad del autor o autores tampoco se conoció. Eso sí, recuperadas las queridas imágenes, a la edición siguiente de La Romería, el capitán de la Guardia Civil, Carmelo Villaescusa, fue el justo pregonero de la fiesta.

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