Se contaba en familia una anécdota muy curiosa, en la que una madre de familia salía de casa a pagar aquellas normales anotaciones que se hacían en las tiendas habituales, le sobraron ocho pesetas. Y como siempre se dijo: con esa cantidad poco más puedo comprar, vio un cacharro propio para cocinar por ese importe, así que entro y lo compro.
Satisfecha y sin dinero regreso a casa, eso sí, pero con algo bien invertido.
Pues esto o algo parecido nos puedo ocurrir hoy, salvando distancias, pero con 20 euros y la bendita tentación de entrar en una administración de loterías y comprar un décimo de la Lotería de Navidad, que bien puede multiplicarse por una cantidad sustanciosa y hacer felices a toda una familia.
Mientras tiene el décimo en su poder sueña como la lechera del cuento, sin duda, pensando en la cantidad de agujeros que va a tapar si le toca algo de esa Lotería.
Y sino le toca, siempre tendrá el consuelo de ese famoso día que es el de la salud, quizá tan importante o más que un montón de euros.
Ahora bien, para rematar, si no gasta esos 20 euros en lotería, seguro que nada le toca, aunque sigue conservando esa cifra para remediar un pequeño agujero. ¿O no?
