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Dando la lata

Ni invierno ni nada

El termómetro de la farmacia Madrid marca dos grados. Y el que está frente al Capitol, cinco, si bien también anuncia que son las 10:81 de la mañana, lo cual da que pensar acerca de su fiabilidad. Esta noche soñé que caía una nevada de un metro de espesor pero salgo a la calle y me encuentro con un cielo azul que me traslada a mis inviernos manchegos. Unos inviernos aburridísimos en lo climatológico, de solanera permanente y heladas nocturnas tan agudas que llegaban a reventar las cañerías. Y así día tras día. Pero que en Mieres se instale el clima mesetario no me parece bien. Porque mi madre me cuenta sus inviernos de la niñez, cuando bajaba desde Copián a pasar miedo en la academia Lastra, pisando nieve hasta media pierna, apartándose de los aleros de las casas, de los que colgaban amenazadoras agujas de hielo. Y así una semana tras otra, viendo nevar tras las ventanas. Lo de hoy es un timo. Vaya mierda de temporal siberiano que va y descarga en Alicante. Nevando en Denia. Hay que jorobarse. Aquí, ni una nube. Pero la clientela entra en las excavaciones de la oficina principal (y camino de la única) de Liberbank con cara de llegar directamente del cogollo de la Antártida. ¡Pero esto qué es! ¡Cómo es posible que se nos haya puesto la piel tan fina! Antaño, un asturiano de las Cuencas, a dos grados, salía a la calle en camisa. Y hoy viste como Amundsen. ¿Qué nos ha pasado? Mamá, por Dios, pon la calefacción. Hijo, no tengo ni gota de frío. Pues para mí que los guisantes se te van a mantener congelados aunque los dejes en el salón. Qué exagerado eres; esto es un invierno de risa. Si yo te contara. Ya me contaste; aproximadamente, un millón de veces. Hijo, además de exagerado, impertinente. Y además, necio, porque con una camisetina bien pegada al cuerpo entrarías en calor. Pero te quiero igual. Y yo, pero pon la calefacción, que se me escarcha el vino. Ay, ¿dónde quedaron los asturianos de verdad? Mamá, te dije que te quería, ¿verdad? ¡Que te pongas una camiseta!

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